Por Ariel Gálvez Lamas*/Martianos-Cubainformación.- En muchas ocasiones los que hablan sobre José Martí en algunos casos repiten los mismo temas sobre el Apóstol cubano, creo que todos los cubanos de una manera u otra conocemos a Martí, si bien no sabemos completamente su obra, pero al menos sabemos reconocerlo, lo reconocemos en esa figura que aparece en los libros de historia, en los bustos de las plazas de formación de las escuelas, junto al asta de la bandera, en el monumento del escultor Juan José Sicre en la Plaza de la Revolución o en el que está en el parque central, ese monumento maravilloso del escultor cienfueguero José Villalta Saavedra, que está donde antaño había una estatua de Isabel II hasta 1905 o simplemente porque es el que está en el billete y moneda de un peso. Pero ese Martí aparece rodeado de con un halo de mártir, de casi santo, de héroe inmortal, sin manchas, ese fue, no solo mi primer Martí, sino el Martí que muchos cubanos conocimos. 


Un día cuando salía de clases en segundo año de la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, hablaba con un amigo sobre cosas mundanas, hasta me comentó que tenía un libro que quería que leyese. Me prestó un libro viejo y añoso, era una edición de los ´50, creo recordar y me dijo, aún recuerdo sus palabras: «todo buen amante de la obra de José Martí y que se precie de ello, tiene que leerse o haberse leído este libro».
El libro en cuestión era Martí el Apóstol, biografía escrita por el eminente intelectual y político Jorge Mañach. Tengo que reconocer que el libro me quitó el sueño, lo leía y pasaba por sus páginas sin reconocer a ese Martí, sobre el que escribía Mañach, creo que me leí el libro en 2 ó 3 días y cuando lo terminé su lectura, me quedé sin palabras, veía como en mi pensamiento nacía un verdadero hombre, un hombre que fue capaz de aglutinar a los pinos viejos y a los nuevos, pese a la reticencia de los viejos.
«Martí el Apóstol» fue escrita entre 1931-1932 y fue publicada en Madrid en 1933. Esta monumental biografía vio la luz durante una época de un fuerte proceso social y en medio de la lucha de la juventud y el pueblo cubano contra el gobierno de Gerardo Machado (1925-1933). Mañach pudo apoyarse para escribir este libro en textos y recopilaciones realizadas por estudiosos de la vida y obra de José Martí. El filósofo cubano presenta a un Martí alegre, político, enamorado, sufriendo al ver como su hijo se alejaba de él o lo alejaban de él, «ese cruel que le arrancó ese corazón con que vivía», por las enfermedades, por la pobreza que vivió en su destierro en España, un Martí que confronta a su familia y lucha hasta el cansancio. Martí aparece en esta obra no como un genio sobrenatural o un santo, sino
como un HOMBRE. El texto rompió con los esquemas sobre la personalidad de Martí. Mañach se atrevió, por primera vez, a destacar cuidadosamente el desarrollo humano del héroe nacional cubano.

Esta obra forma parte de la nueva ola de reescritura de la historia de Cuba, de los años 30 y 40, en la que discurso biográfico experimentó notables desplazamientos. A esta biografía de Mañach le siguieron José Martí, el santo de América de Luis Rodriguez Embil, Martí: místico del deber de Felix Lizaso, entre otras. 

Para Graziella Pogolotti con la publicación en Cuba en los años ´90, de Martí el Apóstol «Mañach recupera el lugar que le corresponde en el panorama de la cultura cubana» 

Martí dedicó más de la mitad de sus 42 años de vida a la actividad política, esta se le hizo por momentos insoportable de alternar con la escritura de la poesía, artículos, publicaciones varias, con el pensar en la fundación de un Estado. Es la fatiga, la «angustia» la que hizo que en el invierno de 1889, huyera a Nueva York en la búsqueda de esa tranquilidad que necesitaba para escribir sus Versos Sencillos.

Martí, el intelectual público por antonomasia de la Historia de Cuba, es ese extraño político que desea que lleguen «los días buenos, del trabajo después de la rendición…, días de buena fe para evitar excesos de política...» y que admite, incluso, que «la política es una profesión
enojosa», de la que, a veces, se «puede despertar».

En el libro Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda incesante de la identidad, el profesor e investigador vasco Carlos Beorlegui reconoce en Martí a un escritor que trasciende las fronteras de ensayismo para incursionar en la generación de pensamiento filosófico; algo en lo que no suele reparar la investigación social que se ha aproximado a la vida y la obra del Apóstol de la independencia cubana. Sólo que, para el profesor vasco, Martí no era un filósofo de la contemplación, sino un pensador que puso todo su esfuerzo en la creación de un sistema de ideas para ser aplicado en el ámbito de lo social.

Este sistema de ideas influyó en muchos jóvenes cubanos durante la primera y la segunda República cubana, ejemplo de ello es Rubén Martínez Villena que en su «Mensaje Lírico» en 1923 hablaba sobre la Revolución pérdida (se refiere al resultado de la guerra de 1895-1898), enlazando con el lamento por la ausencia de Martí y cito:

«Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones. Para vengar los muertos, que padecen de ultraje, para limpiar la costra tenaz del coloniaje. Para poder un día, con prestigio y razón, extirpar el Apéndice de la Constitución Para que la República se mantenga de sí, para cumplir el sueño de mármol de Martí.»

Para terminar, me gustaría hacerlo con esta frase: «¡Cuba, qué sería de ti si no hubieras dejado morir a tu Apóstol!»**.

**Fidel Castro en “La historia me absolverá”.

*Ariel Gálvez Lamas, cubano, profesor universitario.

 

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