Imagen de la filmación de "Tierra de fuego", telenovela cubana Tomado de Cubadebate

Dainerys Mesa Padrón - Red Semlac.- Estamos de acuerdo. Los medios de comunicación, a la par de informar, entretener y enseñar, nos imponen modelos de conducta, nos estereotipan, nos invisibilizan... Incluso los espacios informativos, culturales y los llamados de orientación social, sucumben ante estas tentaciones.


Sin embargo, resultan los dramatizados el escenario propicio para encontrarnos con estas "ladys" que alguien parece intentar que seamos todas.

La telenovela, por su condición de programa estelar, que reúne como espectadores a (casi) la totalidad de las familias, resulta el espacio donde, con más arraigo, se manifiestan los constructos sociales referidos a las mujeres "buenas" y "malas", bonitas y feas, decentes o indecentes.

Al respecto señala Jesús Martín Barbero: "La telenovela se ha consolidado en América Latina como el tipo de programa no sólo más legitimado en las preferencias de sintonía sino, además, como la forma de producción local que mayor éxito comercial ha alcanzado en nuestros países y en otros mercados que, sorprendentemente, han empezado a consumir telenovelas latinoamericanas de un modo cada vez más creciente. (...) En síntesis, la telenovela está dejando de ser un ´entretenimiento´ para amas de casa y transformándose en un programa que le hace competencia a las grandes series norteamericanas y europeas en las horas de mayor audiencia diaria de la televisión" .

Si bien en Cuba se consumen melodramas de diversas naciones, ya sea por los canales oficiales o por los medios "underground" (discos, memorias, el paquete semanal), las producciones nacionales despiertan mayor interés en cuanto a su proyección de una realidad aparentemente cercana.

Eternamente bellas, jóvenes, blancas, heterosexuales Un grave problema sostenido en las novelas (y otras propuestas) del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) radica en la concepción y recreación de los personajes femeninos.

En una entrevista a Yuliet Cruz, publicada en la revista digital Oncuba, la joven enfatizó las dificultades que enfrentan las intérpretes que son madres de hijos e hijas de pocas edades y aquellas que comienzan a peinar canas.

"Hay una etapa muy negra para las actrices en este país: cuando dejas de ser mujer visualmente deseada y superas los 35 años, hasta que eres ya una abuela reconocida en todos los aspectos. Para la mayoría de las personas en Cuba—comenta— una mujer de cuarenta y tantos años es vieja. De ello, por desgracia, no quedan exentos guionistas y directores (hombres en mayoría). Por eso llegado el momento no asumes un personaje; te conviertes en la mamá de este, la tía del otro... Resulta bien difícil encontrar un personaje para estas edades con todos sus matices. El período productivo de las actrices en este país se acorta, y no son unas pocas a las que se les está pasando la vida sin tener trabajo".

Yéndonos al otro extremo, encontramos una intención de posesionar la labor de estas figuras de las artes dramáticas. Pero en el lugar común, fallan las formas. ¿Por qué situar a Blanca Rosa Blanco o a Amarilis Núñez (La otra Esquina) en la piel de alguien que no llega a los cuarenta, si son hermosas con sus X primaveras, sus arrugas y sus experiencias? ¿Cuántos matices no le aportarían ellas a los conflictos de mujeres en sintonía con sus edades? No pretendo anular las posibilidades histriónicas que tienen para desdoblarse en unas u otras personas. Sí considero que esta postura solo resuelve el problema de la formalidad; seguimos arrastrando el del concepto.

Ciertamente, adolecemos de un vacío de las problemáticas que atañen a las mujeres de mediana y de tercera edad. Así excluimos una etapa de la vida significativa para la audiencia cubana; sobre todo cuando analizamos que el censo de población y vivienda realizado en el 2012 mostró a un país envejecido, con un mayor por ciento de población femenina entre los 35 y los 49 años.

Desde las primeras, hasta las últimas realizaciones nacionales, encontramos que las protagonistas de las principales tramas son personajes con menos de cuarenta años. Para las "maduras" y las ancianas quedan los puntos más débiles en cuanto a guión, aparición en pantalla y carga dramática. La mayoría de las veces solo acotan, calzan o enriquecen los giros en torno a las principales. De igual manera, se las representa escenificando los roles tradicionales de madres abnegadas, abuelas, amas de casa, cuidadoras del hogar, o como personas dependientes.

Por no hablar de los intereses profesionales que, al parecer, se anulan a estas edades. O las pretensiones de diversión, de superación. Sería oportuno revisar cuántas veces hemos coincidido en una novela con un papel femenino que asista a la Universidad del Adulto Mayor.

En lo que a las relaciones de pareja respecta, casi siempre se muestran viudas o separadas. Y si alguna de ellas se involucra en amores pues se proyecta como un asunto lleno de complicaciones con los hijos e hijas, nietas, nietos, vecinos y vecinas...

Carecemos de una presencia de mujeres lesbianas en este rango etario, o simplemente de aquellas que deciden estar sin pareja, sin vendernos los contratiempos y sufrimientos que, según los y las guionistas, implica esta situación.

Tampoco se conciben las que a esa edad no son madres. O sí aquellas que por causas biológicas o de coyunturas bien específicas no pudieron serlo; y lo lamentan en cada capítulo. Y me pregunto entonces: ¿por qué no mostramos a las que, ejerciendo su derecho, eligieron no procrear?

A veces advierto cierto tono de ¿ingenuidad? a la hora de proponer contenidos; no obstante, vale recordar que para los y las televidentes el proceso de recepción trasciende el mero acto de ver la pantalla. Lo señala la doctora en Ciencias de la Comunicación, Margarita Alonso: "El espectador ´promedio´ sigue el desarrollo de la trama con

sistematicidad, curiosidad e interés y tiene una alta frecuencia de exposición a los capítulos, realizando una actividad de reconocimiento entre su situación real (individual y social) y los conflictos representados en la telenovela. La comparación de semejanzas y disimilitudes (Fuenzalida, 1993) es el mecanismo básico que distingue la apropiación del género por nuestros televidentes y se lleva a cabo no sólo con relación a elementos de la vida real externa, sino vinculado ante todo a aspectos subjetivos (conductas y actitudes morales de los personajes). Es por ello que este mecanismo de contrastación se presenta tanto en la recepción de telenovelas cubanas como extranjeras, aunque adquiere características peculiares según se trate de una u otra" .

No es casualidad entonces que según la novela de turno comencemos a peinarnos, vestirnos y hasta a hablar como sus protagonistas, antagonistas o papeles secundarios. Y de esta sucesión de estilos salen otras exclusiones. Los personajes pensados para las actrices negras, por ejemplo, son pocos e intrascendentes. Asimismo, reproducen los mismos cánones de belleza legitimados por la cultura una y otra vez. Las hacen portadoras de modelos distantes de sus características, omitiendo los rasgos típicos, naturales y admirables de la diversidad racial.

Tampoco se muestra, en su plenitud, a las mujeres mayores con discapacidades. Generalmente se alude a ellas con asociaciones a la lástima, la privación y la dependencia.

Por otra parte, cuando se muestran otras preferencias estéticas alejadas de lo pactado como normal y bello, se le margina o ridiculiza. Por eso notamos cierta uniformidad de vestuarios, peinados, colores del cabello o maquillaje, solapada bajo el cuño que cada una le imprime a su interpretación.

Sobre la representación de las mujeres en las telenovelas cubanas la regla, lamentablemente, gira en una misma dirección sexista.

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