Giusette León García - CubaSi.- De ser actriz desistí hace años, en la adolescencia que ya se me ha ido alejando bastante, pero escuchando a Joaquín Sabina noto que sí, que a veces la vida real pasa como una película y las mujeres vivimos toda clase de situaciones, algunas que parecen de ficción, otras que quisiéramos que efectivamente solo fueran eso, pero están ahí y nos acosan con la insistencia de una cicatriz.


Cada día más estudios teóricos discuten sobre la violencia contra la mujer, más campañas de bien público se dedican al tema, la ONU, la OMS, cuanto organismo internacional puede tener cartas en el asunto, las toma; en Cuba las leyes nos protegen, los padres y la escuela nos enseñan a ser independientes, fuertes y seguras, ocupamos cada vez más cargos de dirección, nos vestimos como mejor nos plazca y ejercemos la profesión o el oficio que más nos guste. Sin embargo, nada de eso alcanza, el machismo persiste y la violencia se disfraza de tal forma que a veces ni una misma la nota.

Las mujeres hablamos mucho, nos contamos las cosas, nos echamos a llorar en la parada de la guagua, pero a veces decimos mucho menos que la verdad completa, porque es duro aceptar, en pleno siglo XXI, que somos víctimas de la discriminación y la violencia en nuestras propias casas. Los fragmentos de historias que me he decidido a contar pertenecen a mujeres que conozco, algunas, otras no, son de esas que llegan entre el chisme y la solidaridad, pero son todas ciertas, aunque preferí cambiar los nombres por letras.

… no gritar ¿qué he hecho yo para merecer esto?

Y no lo hace, D ni siquiera llora, se queja poco, como si no supiera realmente lo que sucede en su casa. Es madre de tres hijos, ama de casa, no para de limpiar, lavar, fregar, cocinar… desde que amanece y cría como puede a dos varones y una niña que tienen “la suerte” de vivir con sus padres casados en una casa que es propiedad de la abuela. La abuela no pierde oportunidad de recordarle a D, su nuera, que no le toca nada, ni un cuartico, si se separan tiene que “recoger sus chelines”.

El esposo es bueno, trabaja y mantiene la casa, el único defecto es que cuando se toma un trago le cierra la puerta del cuarto y la deja durmiendo en la sala o le grita como para que se entere el barrio, o le dice que recoja y se vaya o, lo menos grave, sin tomarse un trago le exige que suelte lo que esté haciendo y le planche el pulóver que quiere ponerse para ir a tirar una placa y llenarlo de cemento, ella le propone usar otro, pero él quiere ese, es el que le gusta… tiene sus cosas, piensa D, pero es el padre de sus hijos y jamás le ha levantado la mano.

… ir por la vida al borde de un ataque de nervios…

C fue al psiquiatra hace años, tomó pastillas, se escondió porque el ex marido la amenazó de muerte, su familia intervino para apoyarla, lo sacaron de la casa, pero pasó un poco de tiempo, él se arrepintió y ella lo perdonó, decidió que al final los errores no eran tan grandes o que quizás ella no iba a encontrar algo mejor.

Ya llevan veinte años juntos y para él vociferar es un hábito, solo que ahora ella “no le hace caso”. No es el padre de sus hijos, ella tiene su casa propia, es una mujer hábil, inteligente, con mucha gente que la quiere, nada la ata o sí, supuestamente la lástima, porque “el pobre no tiene a nadie más”, en definitiva ya están viejos y con un clordiazepóxido casi todo se alivia.

… encontrar la salida de este gris laberinto…

L es una profesional, tiene un buen trabajo y un salario bastante alto para la media de su país, pero el peso económico de la casa está sobre su esposo, un padre maravilloso que vive para su familia, que pierde la calma por darles todo lo que él cree que necesitan. Pero hay un problema: ella piensa y, a veces, dice lo que piensa, incluso juraría que de eso se enamoró su pareja, pero ya no lo enamora, le molesta, así que prefiere estar solo o con otros.

No obstante, L creía que podía pasar todo por alto, entiende que la vida es compleja y que la gente tiene crisis. También sabe que ella misma no es perfecta, puede hasta llegar a ser un desastre como ama de casa, por ejemplo. Así que fue corriendo los límites y terminó contra el refrigerador, con las manos de su esposo apretándola menos fuerte que las cosas que salían de su boca. Y no sabe qué hacer ahora con sus límites, cómo salir de la encrucijada entre el amor, la familia, y el respeto perdido…

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