Fotograma de Suntan

Henar Álvarez - El Confidencial.- He vivido en varias ocasiones que al poner fin a una relación sentimental o sexual, esta derive en una situación de acoso insufrible. Al menos dos veces pasé un miedo terrible y en una tercera necesité un médico.


Leo historias de violencia contra las mujeres en los periódicos y, junto con mis experiencias, me doy cuenta de que gran parte del género masculino tiene un problema muy grave con torear la frustración que le supone una ruptura amorosa. Recuerdo Cat Person, el relato del New Yorker, y la infinidad de veces que en películas y series una negativa inicia una conversación que acabará con un “zorra”, “puta” o “fea que te has creído, no te toca nadie ni con un palo”. Son líneas de diálogo que escriben otros hombres, que se basan en las realidades que viven o en las que se han visto y por eso lo plasman así.

Sucede en La Casa de Papel, por ejemplo. El agente Ángel, un hombre casado e infeliz, lleva años enamorado de la inspectora Raquel Murillo. La vigila y persigue. Le pide explicaciones sobre sus citas con otros hombres y en una ocasión, visiblemente borracho, la llama por teléfono pero ella no responde. Marca su número 16 veces y en todas las ocasiones deja mensaje en el buzón de voz. Las primeras trece veces son ruegos y súplicas infantiles. En la número catorce se dedica a encadenar sinónimos de puta. Lo más gracioso es que a ese personaje acaban mostrándolo como pobre y buen señor que solo quiere lo mejor para la inspectora. Lo que decía, hombres escribiendo, blanqueando y romantizando la violencia contra nosotras.

También he visto Suntan, una película griega dirigida por Argyris Papadimitropoulos, que trata sobre el médico de un pueblo que se enamora de una turista mucho más joven y atractiva que él. Llegan a tener relaciones sexuales pero la chica no se plantea continuar su historia más allá. Incapaz de gestionar el desengaño, se convierte en una auténtica pesadilla para ella. Seguro que a muchas de vosotras, como me sucedió a mi al verla, os resultaría familiar la situación.

De verdad que el visionado de esta película y serie, vistas con un par de semanas de diferencia, me hizo meditar sobre por qué somos nosotras las que cargamos con el título honorífico de “la loca de mi ex” siendo las que sufrimos persecuciones, llamadas a amigos e incluso compañeros de trabajo, envío de fotografías o vídeos íntimos, amenazas, agresiones físicas, violaciones y asesinatos. Y todo por no saber encajar un no. ¿En qué momento les enseñamos que su deseo o sus sentimientos prevalecen sobre los nuestros? Solo alguien que se cree superior a su pareja se atrevería a comportarse de este modo y tratar de hacer que otro alguien permanezca a su lado por miedo a las represalias en vez de por gusto o elección.

Pues casualidades de la vida: unos días después mi hijo pequeño estaba viendo La sirenit' y pasé por delante del televisor en el momento en que le piden al príncipe Erik que se decida de una vez por la mujer a la que quiere tomar como esposa. “Todo el reino arde en deseos verte felizmente casado con la chica adecuada”, le reprime su consejero. Sufrí el impulso de cambiar de canal inmediatamente.

De repente me vinieron otras películas infantiles a la cabeza. La Cenicienta, por ejemplo. Recordé a todas las jóvenes casaderas del pueblo mostrándose como si fueran ganado ante los ojos del príncipe y su padre, quien se desespera porque no encuentra ninguna que sea lo suficientemente buena para su hijo y grita: “¡No me entra en la cabeza. Alguna tiene que haber que sea buena madre!”.

Continué haciendo memoria y llegué a Blancanieves. Un señor ve a una muchacha medio minuto y, lo típico, le canta una canción en la que le proclama su amor. Ella no dice ni mu. La siguiente vez que se encuentran, él la besa sin permiso y acto seguido se casan.

Podríamos seguir así largo y tendido. Todas estas películas para niños sobre el amor romántico tienen algo en común: ellas no toman ninguna decisión sobre sus relaciones. Ellos disponen, escogen y las señalan con el dedo. Ellas asienten y se van con ellos. Aunque en su mayoría estas películas estuvieran dirigidas a las niñas, estoy bastante segura de que ellos también las vieron. Hemos crecido aprendiendo que nosotras debemos ponernos guapas para que nos quieran y ellos que cuando le dicen a una mujer que la desean ella, simplemente, tiene que decir sí.

Con el paso del tiempo he comprendido lo tremendamente perverso que es ese mandato social que dicta que los hombres deben dar el primer paso y nosotras contornearnos para llamar la atención. Elegir es sin duda un gran privilegio del que yo también quiero ser partícipe.

Si ahora empezara a buscar comedias románticas es muy probable que los patrones que siguen hombres y mujeres antes de ennoviarse fueran los mismos. Así que, ¿cómo no van a sentir frustración si les han enseñado que tienen el privilegio de escoger a la mujer que más les guste para pasearla del brazo y embarazarla?

Lo qué sucede cuando la realidad les muestra que ellas también pueden opinar sobre sus relaciones, e incluso decidir que ya no quieren seguir comiendo perdices, es que muchos las persiguen con la intención de hacerlas cambiar de opinión. Por las buenas o por las malas. Les entiendo perfectamente, nunca les contaron un cuento en el que tuviéramos ni voz ni voto. Tendrán que empezar a acostumbrarse.

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