Noel Manzanares Blanco - Cubainformación.- La estrategia de unidad para la complementariedad iniciada por el binomio La Habana-Caracas actualmente reconocida por las siglas ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos), hoy exhibe resultados tangibles devenidos guía para Nuestra América y más allá. Sirve para meditar al respecto, una pregunta, a saber: ¿Por qué tiene lugar el quehacer de Washington vs. los Gobiernos de esta Alianza, principalmente contra CubaVenezuela? Por aquí anda la tesis que me dispongo a explicar, al compartir con usted este título.


Los antecedentes y la verticalidad de la Mayor de las Antillas de cara a la Organización de los Estados Americanos, considero que están bien resumidos en Cuba y la OEA: no hay vuelta atrás donde resalta que esta agrupación continental, desde su surgimiento en 1948, se caracterizó por someterse a los dictados de la Casa Blanca. Ilustran la envergadura de su sometimiento al “Norte revuelto y brutal”, la “intervención colectiva regional” en Guatemala en 1954; el silencio o el beneplácito con que ella asumió los bombardeos contra ciudades cubanas en los primeros años del Triunfo de la Revolución de 1959 y la invasión mercenaria a Playa de Girón en 1961; y su resolución que nos excluyó del sistema interamericano, al año siguiente.

También ilustra la resolución de la organización de marras que le permitió a Estados Unidos de América intervenir en República Dominicana en 1965 para impedir el triunfo del movimiento popular constitucionalista; así como su anuencia o complicidad con la agresión a la pequeña isla de Granada 1983 o la invasión a Panamá en 1989, entre otros elementos que llevaron a que en su momento Raúl Roa, nuestro Canciller de la Dignidad, la calificara como el “Ministerio de Colonias” Made in USA, y que el Líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, sentenciara en el 2009: “La OEA tiene una historia que recoge toda la basura de 60 años de traición a los pueblos de América Latina”.

Entretanto, asimismo es verdad que Cuba ha asistido al hecho que la organización panamericana en los últimos años ha revelado aristas positivas. Constituyen ejemplos de ello, su renuncia a dejar a la Isla fuera del concierto americano, en 2009, y cómo contradijo la matriz de opinión vs. Venezuela de los periódicos El Nuevo Herald y El PAÍS, y de Washington y lame-botas como Panamá, catorce meses atrás.

Pero igualmente es verdad su doble moral en 7ma. Cumbre de las Américas, toda vez que el presidente saliente de la OEA, el mismo señor Insulza que colocó en entredicho nuestra presencia en esa cimera, maniobró para que los auténticos representantes de la sociedad civil cubana que participarían en los foros de la magna cita coincidieran con los mercenarios que se presentaron en Panamá; al tiempo que es él el responsable directo de la exclusión bochornosa de nuestra representación de trabajadores en tal escenario.

Así, pienso que existen suficientes elementos de juicio para comprender el porqué Cuba descalifica en lo fundamental el quehacer de la organización en causa, al paso que estimula el desarrollo del Latinoamericanismo frente al ¿desaparecido? Panamericanismo en su interpretación “América para los americanos” (para los gringos), a tono con una muy publicitada expresión del jefe de la política exterior de Estados Unidos, John Kerry: “La era de la doctrina Monroe ha terminado” —como si el susodicho también no hubiera manifestado anteriormente que el Sur del Río Bravo es el “patio trasero” de su país.

Sostengo, pues, que paralelamente al reconocimiento de la obra de la Alianza Bolivariana bien vale la pena afincarnos en las potencialidades que para los pueblos de Nuestra América tiene la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). Grosso modo, abundo.

Para Cuba, nuestro subcontinente se ha adentrado en una época nueva y ha avanzado, desde la creación de la CELAC, en sus objetivos de independencia, soberanía sobre sus recursos naturales, integración, construcción de un nuevo orden mundial, justicia social y democracia del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.  Existe hoy un compromiso con la justicia y el derecho de los pueblos superior al de cualquier otro período histórico.

Cuba reconoce que, juntos, somos la tercera economía a nivel mundial, la zona con la segunda mayor reserva petrolera, la mayor biodiversidad del planeta y con una alta concentración de los recursos mineros globales. Nos corresponde, desarrollar la unidad en la diversidad, la actuación cohesionada y el respeto a las diferencias como nuestro primer propósito y una necesidad ineludible, porque los problemas del mundo se agravan y persisten grandes peligros y recios desafíos que trascienden las posibilidades nacionales e incluso subregionales.

Consideramos que en el último decenio, las políticas económicas y sociales y el crecimiento sostenido, nos permitieron enfrentar la crisis económica global y posibilitaron una disminución de la pobreza, del desempleo y de la desigual distribución de ingresos. Es un hecho que las profundas transformaciones políticas y sociales llevadas a cabo en varios países de la región han traído la dignidad a millones de familias que han salido de la pobreza —al margen de lo muchísimo que nos queda por realizar.

Por tanto, asumo que para Cuba pensar en el destino de Nuestra América sin la OEA —más allá de las buenas intenciones de Luis Almagro, su flamante Presidente— es pertinente porque la obra de la Alianza Bolivariana y el potencial de la CELAC demuestran cuánto es posible hacer sin una agrupación panamericana que históricamente ha estado/¿está? al amparo del Norte del Río Bravo. Hemos de fomentar, entonces, el Latinoamericanismo —al menos, hasta que existan las condiciones que aúpen el Panamericanismo para el bienestar de todos/as los hijos/as de las Américas.

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