Vincenzo Basile - Blog Desde mi Ínsula / Cubainformación. - La suerte está echada. Y parece que nada – ni nadie – la puede cambiar. Dentro de pocos días, Barack Obama se convertirá en el primer presidente norteamericano en funciones en pisar suelo cubano en más de ochenta años. Un hito realmente histórico que representa la culminación, o mejor dicho el paso hacia la misma, de un extraordinario proceso diplomático llevado adelante con extrema inteligencia y capacidad por el presidente cubano Raúl Castro Ruz.
Muchos, desde el comienzo de este proceso de normalización de las relaciones entre ambos países, han evidenciado con tono faccioso una suerte de ablandamiento oportunista del discurso oficial cubano con respecto a su histórica crítica del imperialismo estadounidense y de las consecuencias que eso conlleva a lo largo del planeta. No es necesario entrar en el detalle de dichas acusaciones. Cualquiera, con un mínimo de entendimiento del momento histórico que vive Cuba, debería comprender las razones que hayan podido llevar a este supuesto ablandamiento y las dificultades que pueden hallarse en un encuentro diplomático entre dos históricos enemigos que necesariamente requiere, entre muchas otras cosas, extrema paciencia, respeto y el congelamiento inevitable de las diferencias.
Así que, bajo esta perspectiva, debería otorgarse total respeto a la gestión de Raúl Castro y de todo el personal diplomático cubano que está logrando grandes objetivos sin renunciar mínimamente a la soberanía nacional e imponiendo una relación entre iguales.
Sin embargo, lo indeseable es que la sociedad cubana, toda, se vea absorbida por el pragmatismo y la realpolitik que sí deben caracterizar a hombres de Estado pero no deberían penetrar en las conciencias de los individuos que forman parte de un proyecto nacional. Y es precisamente lo que parece ocurrir. Como en muchas otras ocasiones, en Cuba se confunde la posición del Gobierno con las posiciones de las masas en un intento de generar una impersonalizada entidad sociopolítica que engloba y supera al mismo Estado.
Durante décadas, y en tiempos no muy lejanos, han estado organizándose marchas y manifestaciones para gritarles a los imperialistas cuáles eran las razones de Cuba, para exigirle una u otra cosa. Sería sumamente decepcionante que todos aquellos que con auténtica convicción marcharon por el retorno de Elián, por los Cinco, contra el terrorismo, contra el bloqueo, contra cualquier cosa impuesta desde el poderoso vecino, ahora – por oportunismo voluntario o por imposición oportunista – asuman la misma postura pragmática del Gobierno, aquella postura que bajo ningún concepto debería ser deseable en un individuo o en una sociedad.
Siempre se ha presentado al pueblo de Cuba, en su connotación más abstracta, como un pueblo antimperialista y ahora, con el afán de seguir dando la absurda imagen de la unidad monolítica, parece pretenderse que ese pueblo se vuelva diplomáticamente realista. No puede ser así. O mejor, no debería ser así. El pueblo tiene que entender que existen razones de Estado y que la diplomacia tiene sus reglas. Totalmente cierto. Pero no tiene que respaldar el discurso. Al contrario. Sería otra gran victoria de la diplomacia cubana si Obama, al pisar suelo cubano, se encontrara sí con un Gobierno respetuoso y abierto al diálogo pero también se enfrentara a miembros de la sociedad civil – individuos, organizaciones y hasta prensa – que lo pongan en su lugar, que le recuerden claramente que él, en ese contexto, no juega el papel del libertador sino del representante de un poderoso sistema cuya política ha sido derrotada por un pueblo que supo resistir y aguantar a todos los intentos de aniquilamiento.
Sería históricamente emocionante poder ver alguna imagen de aunque sea un solo cubano levantando un cartel y gritándole a Obama – y al sistema que representa – todo lo que Cuba ha estado oficialmente gritándole en los últimos cincuenta y más años. Esperanzas quedan pocas. Lo más probable, ojalá no sea así, es que los próximos días 21 y 22 de marzo, la imagen que se dará al mundo será de un pueblo cubano indiferente o, peor aún, convertido en una gran delegación diplomática que dará una cálida y respetuosa bienvenida a su homólogo.
TOMADO DE DESDE MI ÍNSULA