Elier Ramírez Cañedo - La Jiribilla .- La agresividad ha sido la línea de continuidad que ha caracterizado la política de Estados Unidos hacia la Revolución Cubana, pero en esa línea se han producido pequeños y esporádicos puntos de inflexión, marcados por la apertura de procesos de normalización de las relaciones entre ambos países.

 

No se confunda esto con los momentos en que ha existido negociación o diálogo entre ambas partes, pues desde que Washington rompió relaciones con La Habana en enero de 1961, todas las administraciones estadounidenses han asistido a la discusión o negociación de aspectos muy puntales de las relaciones entre ambos países, sin que eso signifique que haya habido intención de normalizar las relaciones con Cuba.[1]

Solo durante las administraciones de Gerald Ford (1974-1976) y de James Carter (1977-1981), se han abierto procesos de normalización de las relaciones. Ahora bien, los presupuestos sobre los que gobiernos como los de Ford y Carter centraron sus intenciones de normalizar las relaciones con la Isla, estuvieron condenados al fracaso desde su formulación, pues no desbordaban los marcos de la verdadera naturaleza del conflicto —que se ha mantenido invariable desde el siglo XIX hasta nuestros días—: hegemonía versus soberanía. Los gobiernos de Ford —este impulsado sobre todo por iniciativa de su Secretario de Estado, Henry Kissinger— y Carter, fijaron como condición para alcanzar la normalización de las relaciones bilaterales, que Cuba limitara parcial o completamente su activismo internacional, fundamentalmente en África, con lo que introdujeron en el espacio de negociación, el menoscabo de la autodeterminación de Cuba en política exterior. Así, ambos gobiernos estadounidenses, dados sus  intereses en política exterior en el marco del enfrentamiento este-oeste, a pesar de que ese período se caracterizó por una relativa distensión, convirtieron el tema de la presencia de tropas cubanas en África en la principal piedra que obstaculizó que se alcanzara la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en esos años. Pese a todas las conversaciones sostenidas entre representativos de ambos gobiernos en el período[2]  y de los pasos dados por cada lado en función de la normalización de las relaciones, fue Estados Unidos el que cargó con la responsabilidad ante la historia de haber adoptado una postura equívoca y poco constructiva en el proceso de normalización, al implementar una política de condicionamiento hacia la Isla, sustentada en posiciones de fuerza, donde el bloqueo económico impuesto a Cuba fue utilizado como principal recurso para presionar al gobierno cubano con la finalidad expresa de alcanzar sus objetivos estratégicos. Cuba, por su parte, aunque siempre dispuesta a dialogar sobre todos los temas y de trabajar en función de la normalización, no podía aceptar que se le presionara y que se condicionara la normalización de las relaciones a ciertos aspectos que tenían que ver con su soberanía, en ese caso en particular, no podía admitir que Estados Unidos fuera juez y árbitro de su política exterior.

Sobre la decisión adoptada por el gobierno de Gerald Ford, luego de la entrada de las tropas cubanas en Angola, de cortar abruptamente las conversaciones que se venían sosteniendo con al parte cubana, en un proceso que tenía como propósito alcanzar la normalización de las relaciones, Juan Gabriel Tokatlian,[3] Director de ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina, expuso brillantemente en un libro publicado en 1984 sobre las relaciones Estados Unidos-Cuba, lo siguiente: 

“…, lamentablemente Estados Unidos fue el responsable de introducir un elemento perturbador en las relaciones entre ambos países: condicionó las aproximaciones bilaterales a temas y políticas multilaterales, es decir, multilateralizó lo bilateral y bilateralizó lo multilateral. La participación cubana en Angola durante 1975 fue interpretada como un hecho que impedía un entendimiento constructivo entre Cuba y Estados Unidos. Se ubicó este acontecimiento como un factor que inhibía todo acercamiento positivo de las partes. Esto, reiteramos, fue un error lamentable, porque colocó el contenido y el sentido del debate bilateral en otra dimensión. 

Y la crítica debe caer en Estados Unidos pues no fue Cuba quien esgrimió el argumento de mejorar o no las relaciones de acuerdo a si Estados Unidos apoyaba directamente a los regímenes autoritarios de Haití o Filipinas o armaba encubiertamente a Sudáfrica o intervenía en los conflictos del Medio Oriente”.[4]

Desdichadamente, la administración Carter (1977-1981), que llegaría más lejos que ninguna otra en sus intenciones por normalizar las relaciones con Cuba,[5] no sacó prácticamente ninguna experiencia de los errores cometidos durante la administración Ford en su acercamiento a Cuba. En su primer año de mandato, Carter declaró en varias oportunidades ante los medios de comunicación que, para que se produjera la plena normalización de las relaciones entre ambos países, Cuba debía retirar sus tropas de Angola y liberar a los que el gobierno estadounidense calificaba como “presos políticos”, aunque esto, en su consideración, no debía ser un impedimento para el diálogo y la negociación de otros asuntos de interés común. Con la ayuda solidaria prestada por Cuba a Etiopía para enfrentar la invasión somalí, el tema de la retirada de las tropas cubanas de África se convirtió en el nudo gordiano del desacuerdo entre Washington y La Habana que, al no romperse, impidió seguir avanzado hacia la normalización. A partir de ese momento, el gobierno estadounidense, sobre todo bajo la perniciosa influencia de Zbiniew Brzezinski, Asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, decidió no dar un paso más en función de la normalización de las relaciones bilaterales, mientras Cuba no retirara sus tropas de África.

Un alto miembro del ejecutivo estadounidense durante la administración Carter, se dio cuenta desde fecha temprana del fracaso que obtendría la administración demócrata en su intento de normalizar las relaciones con Cuba, si seguía el mismo carril que había transitado la administración Ford. Ese fue el caso de Robert Pastor, Asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos durante la presidencia de Carter —sin duda uno de los políticos más astutos de los que participaron en el diseño y la implementación de la política estadounidense hacia Cuba durante esos años—, quien advirtió el 1 de agosto de 1977, en memorándum dirigido a Brzezinski, lo siguiente: 

“…Kissinger unió las dos cuestiones —la retirada de Cuba de Angola a fin de lograr mejores relaciones con los EE.UU— solo para fracasar en ambas. Existe una relación entre las dos cuestiones, pero se trata de una relación inversa. No afectaremos el deseo de Castro de influir en los acontecimientos en África tratando de adormecer o detener el proceso de normalización; este es el instrumento equivocado y no tendrá otro efecto que no sea detener el proceso de normalización y descartar la posibilidad de acumulación de influencia suficiente sobre Cuba por parte de los EE.UU, que a la larga pudiera incidir en la toma de decisiones de Castro”.[6]

A pesar de las recomendaciones tan osadas que Pastor hizo en ese momento a Brzezinski, este último no coincidió con ellas, pues finalmente la política que se aplicó en las conversaciones con la Isla fue la de condicionar el avance del proceso de normalización de las relaciones con Cuba al retiro de sus efectivos militares de África. El propio Pastor sería partícipe de las conversaciones con las autoridades cubanas, donde ese tipo de política se implementó, trayendo como consecuencia, como bien había advertido Pastor y le había sucedido a Kissinger, el congelamiento del proceso dirigido a normalizar las relaciones con Cuba. 

El propio Pastor expresó a este autor: “Mi memorándum no persuadió al gabinete, ni al Presidente. En nuestras conversaciones en Cuernavaca y La Habana, yo seguí la política del gobierno de los Estados Unidos más que la que yo había propuesto. Como nosotros aprendimos, mi análisis era correcto”.[7]

Wayne Smith, quien estuvo a cargo del Buró Cuba del Departamento de Estado durante la administración Carter y luego al frente de la Oficina de Intereses de Washington en La Habana, señaló años después en su libro The Closest of Enemies, que la demanda estadounidense de retirar las tropas cubanas de África, como una precondición para dar otros pasos dirigidos a la normalización de las relaciones, fue tan poco realista como si los cubanos hubieran reclamado a Washington el retiro de sus tropas de Guantánamo para poder seguir avanzando en el proceso de normalización. [8]Otros funcionarios dentro del Departamento de Estado de los Estados Unidos eran defensores del enfoque del no condicionamiento, pero finalmente se impuso la tendencia contraria, gracias a los mayúsculos esfuerzos de Brzezinski y sus seguidores dentro del Consejo de Seguridad Nacional, el Pentágono y la CIA,[9] quienes además se convirtieron en abanderados de la propagación del mito de “una Cuba que actuaba bajo las órdenes soviéticas en el continente africano”. Mito que hizo mucho daño a las relaciones cubano-estadounidenses durante muchos años y a la política exterior de Estados Unidos en general.

El propio Carter, según un interesante y valioso artículo de Peter Kornbluh y William M. Leogrande, Talking with Fidel Castro, reconoció los errores cometidos en la política hacia Cuba de su administración, en entrevista con esos autores: “Pienso ahora en retrospectiva, con todo lo que aprendí desde que dejé la Casa Blanca y debí haber avanzado más, haber sido más flexible en las negociaciones con Cuba y restablecido plenamente las relaciones diplomáticas”. [10]

Ante la irracional y prepotente idea de Washington en aquellos años, de condicionar el avance del proceso de normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, al retiro de las tropas cubanas de África, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, no perdió tiempo alguno en criticar contundentemente esta política y fijar la posición cubana:

¿Qué moral tiene Estados Unidos de hablar de los soldados cubanos en África? ¿Qué moral puede tener un país cuyos soldados están en todos los continentes, que tiene más de 20 bases militares por ejemplo en Filipinas, decenas de bases en Okinawa, en Japón, en Asia, en Turquía, en Grecia, en la RFA, en Europa, en España, en Italia y en todas partes? ¿Qué moral tiene Estados Unidos para esgrimir el argumento de nuestros soldados en África, cuando sus soldados están por la fuerza, en el territorio panameño, ocupando una fracción de ese país? ¿Qué moral tiene Estados Unidos para hablar de nuestros soldados en África, cuando sus soldados están en nuestro propio territorio nacional, en la base naval de Guantánamo?

Si vamos a hablar de soldados que están donde no deben estar, y que sí tienen mucho que ver con las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos, de los únicos soldados que puede hablarse es de los soldados que están en la base naval de Guantánamo. Es el único punto, en materia de soldados en otros países, que podemos discutir.

Sería ridículo que nosotros ahora le dijéramos al gobierno de los Estados Unidos que para que puedan restablecerse o mejorarse las relaciones entre Cuba y Estados Unidos tienen que retirar sus soldados de Filipinas, o de Turquía, o de Grecia, o de Okinawa, o de Corea del Sur. (…) O decirles: estamos muy disgustados por los soldados que tienen allí en la RFA, no pueden haber relaciones. Entonces dirían: estos tipos están locos. Y entonces, ¿por qué ellos lo pueden decir? Porque no parten de un criterio de lógica, de equidad ni de igualdad de ninguna clase. Es la prepotencia imperial. ¡Prepotencia imperial! Los imperialistas pueden tener soldados, asesores en todas partes del mundo, y nosotros en ninguna parte. ¡Vaya concepto de la lógica, de la equidad y de la igualdad que tiene el gobierno de los Estados Unidos!”[11]

Por otro lado, Fidel advirtió a Washington: 

“…si el gobierno de Estados Unidos se empeñara en una política de chantaje contra nosotros y de presiones, en una política, en una conducta inmoral contra nuestro país, manteniendo su bloqueo como un arma innoble y criminal contra nuestro pueblo; si el gobierno de los Estados Unidos cree que para que mejoren las relaciones nuestro pueblo tiene que abandonar sus principios, entonces, de la misma forma que hemos luchado contra cinco presidentes de Estados Unidos, lucharemos contra el sexto presidente de Estados Unidos”.[12]

Hay que destacar que la posición de Fidel Castro, como líder histórico de la Revolución Cubana —a contrapelo de lo que algunos tontos y malintencionados piensan y dicen—, ha sido siempre la de estar en la mejor disposición al diálogo y la negociación con Estados Unidos para resolver el conflicto entre ambos países. Los propios documentos desclasificados en los Estados Unidos que he consultado, específicamente de las administraciones Kennedy, Johnson, Ford y Carter, reflejan esta voluntad de Fidel. Sin embargo, el líder de la Revolución Cubana ha insistido, con sobrada razón y con el respaldo del derecho internacional, que este diálogo o negociación sea en condiciones de igualdad y no persiga que Cuba ceda ni un milímetro de su soberanía o abjure a alguno de sus principios. Por otra parte, no ha habido en Fidel ni una gota de dogmatismo en sus posiciones respecto a una negociación con Estados Unidos. Durante la administración Ford, Cuba puso —con mucha justeza— como precondición para una negociación con los Estados Unidos, el levantamiento del bloqueo, pero durante la administración Carter se fue un poco más flexible, dadas las señales positivas que se percibieron en el nuevo presidente demócrata y que crearon realmente esperanzas de un cambio en la política de Estados Unidos hacia nuestro país. En esa coyuntura, Cuba fue realmente benevolente con la administración Carter, pues si alguno de los dos países tenía sobrados y justificados derechos y motivos para fijar condicionamientos, esa era Cuba, que había sido históricamente la agredida y bloqueada económicamente. Sin embargo, a pesar de estas posiciones de Cuba, los Estados Unidos fueron los obtusos, tanto en la administración Ford, como en la de Carter, pues mantuvieron el criminal bloqueo económico impuesto a la Isla y, al mismo tiempo, desde posiciones de fuerza fijaron condicionamientos a Cuba para poder avanzar en el proceso de normalización.

Cuando los cubanos cedieron parte de su soberanía a inicios del siglo XX a los Estados Unidos mediante la Enmienda Platt, con el objetivo de que las tropas estadounidenses abandonaran definitivamente la Isla y bajo la ilusión de algunos célebres independentistas que fueron partícipes directos en aquellos acontecimientos, de que más adelante se alcanzaría la independencia absoluta sin grandes contratiempos, los Estados Unidos convirtieron a Cuba en una neocolonia y la independencia absoluta no llegó hasta casi 60 años después de una larga lucha, en la que cayeron miles de cubanos. Fidel, profundo conocedor de la Historia de Cuba no ha permitido jamás que una historia como esa se repita.

Cuba en la actualidad no tiene soldados en ninguna región del mundo. Los soldados cubanos de hoy, continuadores de las heroicidades de los cubanos que combatieron en Angola y Etiopía por causas reconocidamente nobles, cambiaron el uniforme verde olivo y el fusil, por la bata blanca y la pizarra, para llevar salud y educación hasta los lugares más recónditos de nuestro planeta. El campo socialista se desplomó entre finales de los años 80 y principios de los 90. Podíamos preguntarnos entonces: ¿si la preocupación mayor del gobierno de los Estados Unidos en aquellos años era la política exterior de Cuba, por qué entonces no normalizaron las relaciones con Cuba, cuando la Isla retiró sus tropas de Etiopía y Angola? ¿Por qué no normalizaron las relaciones con Cuba cuando ya Estados Unidos no podía seguir divulgando el mito de una “Cuba títere de la URSS” en política exterior,  porque la URSS se había desintegrado?

Desde que Cuba comenzó a desempeñar un rol significativo en la arena internacional, sobre todo a mediados de los años 60, hasta la desintegración del campo socialista, el foco más apremiante de la política de Estados Unidos hacia Cuba —sin dejar de prestarle atención a los asuntos internos de Cuba—, en medio de aquellos años de enfrentamiento este-oeste, fue su activismo internacional.[13] A Estados Unidos le exasperaba que una pequeña Isla en el Caribe pudiera cambiar el mapa geopolítico en detrimento de sus llamados “intereses vitales”, en el marco de su confrontación con la potencia soviética. De esta manera, el conflicto entre Estados Unidos y Cuba estuvo durante muchos años subordinado al enfrentamiento global entre Estados Unidos y la URSS, ocultando su fisonomía propia. Por eso, con ingenuidad algunos pensaron que con la caída del campo socialista cesaría la agresividad de Estados Unidos hacia Cuba y se resolvería el conflicto, pero lo único que se produjo fue cambio de foco en esa política. Si antes Estado Unidos había centrado fundamentalmente sus ataques a la política exterior de Cuba, ahora lo haría hacia la política interna.[14] La situación tan difícil por la que atravesaba la Isla, al perder el apoyo militar y económico de sus principales aliados, estimuló a Washington a apretar aún más las clavijas de su política agresiva hacia Cuba para acelerar lo que creía inminente y añoraba desde antaño: el desmoronamiento también del socialismo cubano. Se palpó entonces, sin máscaras y sombras de por medio, el rostro propio de la política de Estados Unidos hacia Cuba, inspirado en la vetusta idea decimonónica de los círculos de poder estadounidenses, de que Cuba, dada su dimensión geográfica y cercanía a la potencia estadounidense, no podía arrogarse el derecho de practicar una política exterior e interna independiente del dominio o la influencia estadounidense, aunque a partir de ese momento el mayor énfasis se pondría en la dinámica interna de Cuba. Esas fueron las razones por las cuales no se produjo la normalización de las relaciones durante ninguna de las administraciones que siguieron a la de Ronald Reagan.

El nuevo gobierno estadounidense debería sacar las lecciones históricas de los procesos de normalización de las relaciones que tuvieron lugar durante las administraciones de Ford y Carter, para comprender que, si se decide a entablar una negociación con Cuba, con el objetivo de resolver el histórico y dramático conflicto —de lo cual aún tengo muchas dudas—, debe echar definitivamente al basurero de la historia el “plattismo”, pues Cuba no cederá jamás un ápice de su soberanía a cambio de normalizar las relaciones con Estados Unidos. Debe, primero que todo, incentivar y luego ratificar, en caso que el Congreso lo apruebe, el levantamiento del criminal bloqueo económico impuesto a la Isla, y no reservárselo para utilizarlo en una negociación, tal si fuera un cuchillo en la garganta de Cuba, pues como ocurrió durante las administraciones de Ford y Carter, Cuba no aceptará jamás que se le presione. Obama debe comprender que la política interna de Cuba, es asunto de Cuba, como la política interna de Estados Unidos es asunto de los Estados Unidos. Sería un absurdo que Cuba exigiera que Estados Unidos tuviera un partido comunista único para normalizar las relaciones. Es irracional entonces que aspiren hoy a que Cuba modifique la estructura de su sistema político interno al antojo de los Estados Unidos, ofreciéndole como premio avanzar hacia mejores relaciones.

Cuba no tiene ningún gesto que ofrecer a los Estados Unidos, pues no tiene ninguna política agresiva hacia los Estados Unidos que desmontar. Cuba no tiene un bloqueo económico genocida impuesto a los Estados Unidos que levantar. Cuba no tiene una Ley Toricelli, una Ley Helms-Burton o una Ley de Ajuste Cubano que eliminar. Cuba no tiene ninguna base militar en el territorio estadounidense en contra de la voluntad de ese pueblo que devolver. Cuba no tiene un terrorista en su territorio que condenar. Cuba no tiene —a diferencia de los Estados Unidos— 5 luchadores antiterroristas en sus cárceles que liberar. Cuba lo único que puede ofrecer, es su voluntad de servir a la rectificación de una política norteamericana que, por su agresividad, ha costado mucha sangre y dolor al pueblo cubano durante 50 años; una política que el mundo entero hoy condena. Cuba, como ha dicho el General de Ejército y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Raúl Castro, está dispuesta a debatir todos los temas, en igualdad de condiciones y sin la menor sombra a la soberanía cubana. La bola sigue estando del lado estadounidense. Para entenderlo, Obama debe repasar un poco la historia.

Notas

[1] “Aunque se conoce poco, desde que el gobierno de Eisenhower rompió relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961, todos los presidentes han establecido algún tipo de diálogo con Fidel Castro –con la excepción de George W. Busch-. Desde Kennedy a Clinton, un gobierno estadounidense tras otro ha negociado acuerdos migratorios, tratados contra el terrorismo, acuerdos de lucha contra el narcotráfico y acuerdos bilaterales de otro tipo. Tras bambalinas, los Estados Unidos y Cuba han recurrido a menudo a la diplomacia clandestina para analizar y resolver crisis, que van desde tensiones en la base militar estadounidense en Guantánamo hasta los planes terroristas contra Cuba”. Véase en Peter Kornbluh and William M. Leogrande, “Talking with Castro”, en Cigar Aficionado, febrero de 2009.

[2] Durante la administración Ford se desarrollaron varias conversaciones entre ambas partes en territorio estadounidense, donde se debatieron varios temas, pero estas conversaciones no llegaron a derivar en negociaciones directas al romperse los canales de comunicación luego de la entrada de las tropas cubanas en Angola. Durante la administración Carter se continuaron y se aumentaron significativamente los contactos y en algunos casos se llegó a la negociación. Hubo conversaciones en Washington, Nueva York, Atlanta, Cuernavaca (México) y en La Habana. En varias de estas conversaciones participó el propio Fidel Castro. Sobre esto se ha escrito muy poco tanto en Cuba como en Estados Unidos.

[3] Director de ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina. Vivió en Colombia entre 1981 y 1998, donde estuvo vinculado académicamente a la Universidad Nacional, entre 1995 y 1998, y a la Universidad de los Andes, entre 1982 y 1994. Fue columnista del diario El Tiempo y colaborador de diversas revistas. Tiene un PhD en relaciones internacionales de The Johns Hopkins University of Advanced International Studies. Autor de Hacia una nueva estrategia internacional: el desafío de Néstor Kirchner y Globalización, narcotráfico y violencia: siete ensayos sobre Colombia.

[4]Juan G. Tokatlian, Introducción, en: Colectivo de Autores, Cuba-Estados Unidos: Dos Enfoques, (edición y compilación de Juan G. Tokatlian), CEREC, Argentina, 1984.

[5]La administración Carter dio pasos importantes sobre todo en el año 1977 en función  de la normalización de las relaciones con Cuba (acuerdos de límites marítimos y pesqueros, creación de las oficinas de intereses en ambas capitales, intercambios deportivos y académicos, eliminación de las restricciones de viajes a Cuba a los ciudadanos estadounidenses y a los cubano-estadounidenses, suspensión de los vuelos espías sobre el territorio cubano)

[6]Memorándum de Robert Pastor  a Brzezinski, 1 de agosto de 1977, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981, (documentos desclasificados, Biblioteca del ISRI) (Traducción del ESTI)

[7] Entrevista realizada a Robert Pastor (vía correo electrónico) el 5 de abril de 2009.

[8] Wayne Smith, The Closest of Enemies, W.W. Norton &Company, New York, 1988, p.148

[9] Esa tendencia fue también la responsable del estallido de toda una serie de “crisis” artificiales en las relaciones de ambos países, la más notoria fue la de la “Brigada soviética”.

[10] Véase en Peter Kornbluh and William M. Leogrande, “Talking with Castro”, en Cigar Aficionado, febrero de 2009.

[11] Conclusiones de Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el Segundo Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el teatro Karl Marx, el 24 de diciembre de 1977, (Departamento de Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado), p.17, en: www.cuba.cu/gobierno/discursos/1977/esp, (Internet).

[12] Ibídem, pp. 20-21.

[13] Véase Esteban Morales, “Algunos antecedentes históricos. El Conflicto Cuba-Estados Unidos desde el umbral del siglo XXI”, en La Jiribilla, no 399.

[14] Véase ibídem.

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