Carina Pino Santos - La Jiribilla.- En su patio de yagrumas han hallado acogida todas las generaciones de trovadores, en especial, los más jóvenes; bajo sus corridos balcones se han unido la música, la poesía y las artes visuales en un intento de interrelación cultural que busca también dejar la memoria de este presente que mañana será preciso conservar como cultura del pasado reciente.
El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, fundado a mediados de 1996, como una institución cultural independiente, sin fines lucrativos, creada con el auspicio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), puede hoy disfrutar de los frutos de una década de esfuerzos promoviendo a los nuevos trovadores.

Han sido conciertos en los que, ciertamente, no solo se hallaron cantores e instrumentos, sino también obras de arte de principales artistas de la plástica cubana. 


Y es que la labor del Centro siempre ha tomado en cuenta esta interrelación de las artes, en especial de las artes visuales, la poesía y la música, en un desplazamiento en el que se entrecruzan sin restar importancia unas manifestaciones a las otras, sino intentando lograr un único producto artístico concebido desde la unicidad rica y diversa de la cultura misma.

Debe partirse de que las artes visuales tienen una importancia de primer orden en las diversas líneas de proyectos gráficos, editoriales, expositivos y promocionales de la institución. Esta prioridad, por tanto, ha sido tomada como principio para acompañar a esos trovadores que cantan a la vida desde su ímpetu generacional y pudiera decirse que precisamente en esto radica un sentido de organicidad, de armonía visual y de coherencia en la identidad del centro.

Se trata de una visualidad que ya identifica al Centro Cultural Pablo de la Torriente, ya sea por sus salones de arte digital, por sus cubiertas de libros y CD, por el diseño de su página web y sus spots televisivos, al mismo tiempo, identidad que ha respetado la apertura a la participación de muchos artistas que amplíen el registro de iconos, obras, signos visuales capaces, sobre todo, de propiciar el gozo  y la indisputable posibilidad de conocer del arte de nuestro tiempo.

Es así como a la marca gráfica del centro que permite reconocer que la creatividad en lo visual e identitario, se suma una proyección pública en la que es denominador común la solidaridad, el respeto y la cordialidad con creadores de las artes plásticas, sin dejar de citar a un amplio abanico de investigadores de las ciencias sociales y, por supuesto, a trovadores novísimos que son la médula de los conciertos, una de las líneas fundamentales de la institución.

Fueron las obras de Nelson Domínguez, Zaida del Río y Alicia Leal,  por cierto, las primeras que acompañaron los conciertos de trovadores. Los nombres son muchos, dado que se han propiciado de forma mensual estos encuentros, otros significativos creadores de la plástica cubana como Fabelo, Kcho, Choco, Agustín Bejarano, Eduardo Moltó, Luis Miguel Valdés, Aisar Jalil, Gustavo Echevarría (Cuty), Ernesto Rancaño, Rafael Zarza, Eduardo Rubén, Garrincha, Leonel López Nussa, Diana Balboa, se han sumado a la presencia visual en las tardes de A guitarra limpia. Ya sea como obras montadas en trípodes, en otras ocasiones cual exposición en la Sala Majadahonda, y en no pocas como conjunción de apertura de muestra plástica y concierto, en todos los casos han imbricado recepción de música y de visualidad. Y, por tanto, no han dejado de aparecer, ni una sola vez, las artes visuales en cada concierto, en cada uno de ellos se ha logrado una armonía entre sonido e imagen, ya sea a solicitud de los organizadores del evento o del trovador mismo, tomando en muchos casos en cuenta el carácter de la música, sus temas o la afinidad entre ambos, cantautor y plástico.

Si algo puede pensarse para el futuro, es además de incluir a más artistas y no necesariamente repetir a los ya expuestos, empeñar también voluntades en  la integración del video arte, del performance y del propio arte digital del que el centro es principal promotor, o sea, asimilar manifestaciones del arte contemporáneo que sirva asimismo como coprotagonista con la guitarra y la voz de nuestros jóvenes trovadores.

Diez años de trova, de empeños institucionales y ahíncos individuales, y también de una intención de proporcionar esa apuesta constante que late en cada labor del centro, ese riesgo de búsqueda de la armonía y la belleza. 

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