Marianela González - La Jiribilla.- Digamos que se trata otra vez de la insularidad: aquella que, paradójicamente, se desvaneció casi por completo de nuestra narrativa en los turbulentos años 90 mientras la música popular, el cine y la plástica la incorporaban en su estética como preocupación constante por el pasado y sus consecuencias para el futuro.


Digamos que Cuba, madre de esos hijos de nadie y de todos los que “silban” en la vida cotidiana, regresa de aquel Mundo soñado o de La maldita circunstancia del agua por todas partes que salpicaba las muestras de aquellos años en el Museo Nacional, para recordarnos el principio modernista —más allá de cuestionamientos y lecturas— de que es en las situaciones extremas donde el hombre (el artista) y sus acciones (el arte) se tornan particularmente reveladores.

Ya Cuba no es la de aquellos años; pero una mirada retrospectiva como lo es Cartografías… nos dirá que las inquietudes de nuestros artistas en torno a la elaboración conceptual de lo que fuimos y lo que somos, permanece inmutable.

Un total de 22 piezas —entre esculturas, instalaciones y obras sobre papel— indagan sobre diversos momentos de la historia de Cuba con mayúscula y minúscula: la contada en los libros desde los años en los que los cartógrafos coloniales dibujaban una imprecisa Isola di Cuba (1560), y la que escribimos todos los días quienes protagonizamos La marcha del pueblo combatiente (Manuel Castellanos, 1980) y las Noches insulares (Ibrahim Miranda, 1993), de un Archipiélago (Kcho, 2003) de madera, soga, metal, cordel, yagua… aspas de ventiladores rusos y motores viejos, que vivió del invento, como se dice, durante los largos años en los que muchas de estas obras están inspiradas. 

Digamos que se trata, entonces, de una muestra que involucra a quienes han llevado “la Isla en peso” —como el buen poeta— en la medida en que su mirada evoluciona cognoscitiva y conceptualmente, a la par que se reconfigura nuestro dinámico contexto.

Escogiendo uno de los múltiples recorridos que podemos seguir para apreciar la muestra, el cronológico, resulta significativo el hecho de que ya desde los años colombinos la mirada del cartógrafo europeo tiende a vincular la representación de la Isla —geográficamente hablando— con fabulaciones que descubren la postura eurocentrista ante el nuevo mundo: flora y fauna exóticas o embarcaciones europeas en las aguas que la rodean en el mapa. Así, la identidad cubana sería formada por primera vez desde afuera; postales de las que aún, lamentablemente, no estamos a salvo.

Sin embargo, las restantes 14 obras que componen la muestra pertenecen a artistas contemporáneos que han intentado redescubrirla desde dentro: Alexis Leyva (Kcho), Antonio Eligio Fernández (Tonel), René Francisco, Sandra Ramos, Lázaro Saavedra, Esterio Segura, Douglas Pérez, Osvaldo Yero e Ibrahim Miranda.  En conjunto, sus creaciones constituyen un sugerente repertorio iconográfico donde temas como la migración, el bloqueo, el gusto kitch, el “sueño americano”, el aislamiento o la incertidumbre son abordados potenciando actitudes propias del ser cubano: el humor, la polémica y la constancia, aunque no exentas de pinceladas —bofetadas, en algunas piezas—  de nostalgia, incertidumbre y desarraigo.

Junto a ella, un componente que ha sido recreado por el imaginario de los cartógrafos y artistas desde el siglo XIX, sirve de incentivo en la configuración de una exposición paralela: Cuba y el mar. Pocas palabras que resumen el enfrentamiento del hombre insular o foráneo a su época y la apropiación que cada uno de ellos hace de esa inmensidad que nos identifica.

Esteban Chartrand, Leopoldo Romañach, Antonio Rodríguez Morey, Mariano Rodríguez, Pedro Pablo Oliva, Consuelo Castañeda… Veinte artistas que se nos revelan en 39 obras, matizadas desde los tintes suaves del romanticismo hasta las estéticas modernas.

El Museo Nacional de Bellas Artes las expone como muestra transitoria. Erróneo adjetivo para lo que bien podría ser, como lo es su esencia, muestra permanente del cómo nos vemos —cubanos y artistas… cubanos— quienes sabemos verdadaremente el peso de nuestra Isla. Como el buen poeta: "el peso de una isla en el amor de un pueblo".
 

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