Eduardo Palomares Calderón - Cuba Trabajadores.- El prestigioso profesor Reinaldo Roca Goderich constituye un valioso referente sobre la cruda realidad que debió enfrentar la Revolución, para estructurar en el campo de la salud una de sus más hermosas obras.


Recién cumplidos los 80 años de edad y próximo a los 53 de graduado en la Escuela de Medicina de La Habana, única por entonces en la Isla, el prestigioso profesor Reinaldo Roca Goderich constituye un valioso referente sobre la cruda realidad que debió enfrentar la Revolución, para estructurar en el campo de la salud una de sus más hermosas obras.
Dada su procedencia de la clase media, el propio Roca se considera “quizás el único muchacho de la humilde barriada santiaguera de Los Hoyos, que además de cursar colegios religiosos, haya podido estudiar en la capital antes de 1959, alojado en casa de huéspedes. “Fueron cientos los jóvenes que fracasaron, no por falta de talento, sino por sus escasos recursos para hacer la carrera, y creo que el más significativo de mi curso, iniciado en 1948, fue el del colega Díaz Sarduy, quien tras hacerse técnico en Rayos X, quiso completar el sueño de su vida estudiando medicina, pese a sus limitaciones económicas.
“Un día fue a ver al Rector de la Escuela de Medicina y le planteó que, como no tenía dinero, podía trabajar en el departamento de radiología sin cobrarle nada, que únicamente le dieran almuerzo y un lugar donde dormir, a lo que el Rector no solo se negó, sino que le dijo: ‘usted ha equivocado la profesión, la Medicina no es para pobres’. Por suerte pudo terminar, y hoy es un gran especialista en Imagenología”.
MÁS DIFÍCIL QUE ESTUDIAR
Doctor en Ciencias, Doctor Honoris Causa, Profesor de Mérito, Especialista de II Grado en Medicina Interna del Hospital Provincial Saturnino Lora, Profesor Titular y Consultante de Medicina Interna del Instituto Superior de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba, y autor del libro Temas de Medicina Interna (texto oficial nacional de esa asignatura), para Roca Goderich lo peor en aquellos años no era hacer la carrera.
“Se estudiaba por un buen programa, pero demasiado teórico; siete años casi sin prácticas, que por demás eran muy malas, y tenías que buscar a un amigo que te facilitara el acceso a una sala hospitalaria hasta lograr una cama, relacionarte con el paciente, poder asumir la historia clínica y seguir su evolución como parte del servicio, pero no todos los estudiantes podían conseguirlo.
“Y si difícil era eso, peor resultaba al graduarte encontrar trabajo. Yo estuve un año y ocho meses sin empleo, viviendo de las guardias que les cubría —en cualquier lugar y por las horas que fuesen— a los médicos que por su cumpleaños o en días feriados no querían hacerlas y te ofrecían algún dinerito para que las asumieras.
“En la propia Habana me hablaron de una clínica cuyo dueño ofrecía una plaza. Fui a verlo y me dijo que como la clínica era chiquita, trabajara tres meses sin cobrar, que al cuarto comenzaría a pagarme. Estuve averiguando sobre el asunto y me contaron que siempre ofrecía eso y al cuarto mes decía que no había plata, y buscaba a otro recién graduado para proponerle lo mismo.
“De regreso a Santiago logré el primer trabajo en 1957, mediante uno de los sargentos políticos, quien le comentó a un cuñado mío que estaban buscando un médico que fuera negro, y él le dijo que conocía uno, pero era blanco, y entonces el sargento le dijo: ‘bueno, vamos a ver, porque es para una plaza en el leprosorio de Alto Songo, y como en esa zona hay tantos negros, hace falta que busque votos electorales entre esa gente’.
“Tiempo después me contactó un amigo para hablarme de un cargo en la antigua Colonia Española, donde pagaban bien. El director le había pedido que buscara a un médico joven, con buena apariencia, que fuera católico y blanco. Es decir en un caso necesitaban un médico negro y en el otro un médico blanco, sin importar en ninguno de los dos casos si sabía o no medicina”.
UN VERDADERO SISTEMA
Al triunfo de la Revolución el Doctor Roca se convirtió en fundador de las nuevas edificaciones del Hospital Provincial Saturnino Lora, y durante la salida en masa de médicos hacia los Estados Unidos se mantuvo firme en el cumplimiento del deber, pese a las constantes guardias que imponía el éxodo de los especialistas y las incitaciones para que abandonara la Patria.
“Todos insistían para que me fuera, me decían tú dominas el inglés, no seas bobo que los comunistas van a acabar contigo aquí; pero realmente había que ser estúpido para no darse cuenta de que muchos se marchaban porque veían que se les iba a acabar el negocio, que la Revolución y Fidel habían llegado para dignificar a la medicina cubana.
“Contrario a lo que me decían, siempre se me respetó, y eso junto al reencuentro con compañeros de curso convertidos en comandantes rebeldes, como el inolvidable Manuel Piti Fajardo y nuestro actual primer vicepresidente José Ramón Machado Ventura, afianzó mis simpatías hacia la Revolución, que me otorgó tareas con las cuales jamás soñé, como la creación de la docencia en Santiago de Cuba, junto al Doctor Alberto Granado, el amigo del Che.
“Particularmente siempre les aconsejo a los estudiantes que pregunten de todo al paciente, que sepan escucharlo y luego lo examinen de la cabeza a los pies, aunque el problema sea en el ombligo, porque aquí no queremos formar ningún Doctor House, ese que en primer lugar es grosero con sus compañeros, con los pacientes y los familiares, y en segundo lugar no es médico, es un mago.
“Puede que aisladamente aparezca algún incompetente, pero existe un sistema para prevenirlo. Todo eso lo reconocen colegas extranjeros en congresos internacionales y lo corroboran nuestro pueblo y las misiones internacionalistas cumplidas en decenas de países, que han consolidado el prestigio de la medicina revolucionaria y solidaria cubana”.

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