Olga Lidia Pérez / Foto: Richard – El Caimán Barbudo.- “Cuando tú tienes cuatro ideas en tu cabecita ya no te sientes solo”.


—Nací en un pueblo remoto de Pinar del Río, donde nunca ha ido un extranjero pero han pasado millones de ciclones: Paso Real de San Diego... Fíjate que cuando yo era niño, mi abuela decía: “No abran las ventanas, que todos los días pasa un ciclón”.

Y tal vez fue de la energía tremenda de aquellos fenómenos meteorológicos que se nutrió el entonces niño Félix Contreras. Quizás se la apropió para en el ejercicio de la vida, aprender a resurgir, a sobreponerse, a continuar… Y setenta años después de aquel 10 de diciembre de 1939, le sobra arrojo para sentirse joven, vital, y convencernos de ello.

—Duelen… Ahora tengo que acostumbrarme a pensar que tengo 70, que ya no son 60. Cuando pasé de los 50 para los 60, ¡me costó un trabajo! Decía: ¡coño!, ¿tengo ya 60 años? Porque por 1965, cuando estaba en la UNEAC tomando café en el Hurón Azul, me decía Helio Orovio: “¡De madre, cuando tengamos la edad que tienen esos viejos que están tomando cerveza allí!” Y eran los Tallet, Nicolás (Guillén), ¡todos los viejos famosos!

Sí, un camino relativamente largo, a veces desgarrador, a veces hilarante, casi siempre sorprendente, pero muy, muy intenso, muy, muy felixcontrerano.

Poeta y periodista, investigador que ha profundizado en las raíces y cultores de la música popular cubana, del tango, en la presencia y legado de la intelectualidad española en Cuba, en la historia cultural nuestra…

—¿Cómo logró el niño pobrísimo, casi sin estudios, sin apoyo o empuje familiar elevarse hasta el intelectual de hoy?

—Nací no en el mismo pueblo, sino en las afueras, en Paso Quemao, donde acampó Antonio Maceo. Ya de un año, mi madre, buscando mejor vida, fue para la cabecera provincial y empezó a limpiar una fonda allí, a cocinar por aquí, a zurcir alguna guayabera por acá, y así nos mudamos ¡once veces! en un año. De cuartería en cuartería, la última fue “Los Cagaos”. Allí me hice un experto en avisar cuando llegaban los cobradores: yo tocaba con una quimbumbia en la pared así, ta-ta-ta-tá, y eso quería decir “métete debajo de la cama”, y el tipo pensaba que yo estaba limpiando la quimbumbia…

“En las cuarterías me crié, pero a los cinco años la vieja desaparece. ¡Se la llevó un ciclón que la trajo pa’ La Habana! Entonces me recogió, y me crió, una parienta de mi madre; pero cuando cumplí nueve años, ella me mandó a trabajar a un puesto de viandas y frutas, ese mercado donde lo único bonito era su nombre, “La casita criolla”, que lo toma el dueño de una obra que Enrique Borrás llevó a Pinar con su compañía de bufos. ¡La única obra de teatro que vimos en Pinar del Río antes del triunfo de la Revolución!

—¿Y los estudios? ¿Cómo pudiste asistir a una escuela entre tantas mudanzas?

—Estudié de un modo que ni yo mismo me lo creo: yo, el niño más pobre de Pinar del Río, estudié en la escuela de ricos, en los Escolapios, Escuelas Pías. ¿Cómo? Los Escolapios estaban al lado de la cuartería donde vivíamos, y un día estoy por allí mataperreando, dándole palo a la baranda de la cerca de la escuela, y salió un cura, el Padre Lucio: “Niño, ven acá, ¿ por qué tú no vas a la escuela?”, y yo, que era terrible: “¡Vete pa’l coño e tu madre!”. Y él: “Chico, dile a tu mamá que venga a verme”. Cuando mi mamá va, él le dice: “Oiga, ese niño en la calle, ¿no va a la escuela?”, y ella: “No, pa’ qué la escuela”. “Para que aprenda, señora”. Y entonces hacen un pacto, el cura le propone: “Usted me lava la ropa y yo, a cambio, le inscribo aquí al muchacho y no paga”. Así es como hago hasta parte del tercer grado de primaria con la gran burguesía pinareña, y eso explica también porqué mis amigos hasta 1959, 60, 61, fueron hijos de familias burguesas. Incluso, algunos fueron mis compañeros de célula del 26 de Julio.

“Para mí aprender era una cosa mágica, que me elevaba. Me sentía muy importante cuando conseguía un libro, y registraba los latones de la basura buscando alguno, o las revistas que botaban. Así leía Carteles y Bohemia todas las semanas. En Carteles, por ejemplo, publicaban muchos cuentos, porque Lino Novás Calvo traducía una considerable cantidad de literatura norteamericana, y yo ya con 12 o 14 años conocía montones de cuentistas como Irving Stone o Poe… Todo eso por mi propia voluntad, a mí nadie me dijo nunca que lo hiciera. Porque ese espíritu de superación es lo que hace que el pobre sea rico. La verdadera riqueza del hombre es la elevación espiritual, porque cuando tú tienes cuatro ideas en tu cabecita ya no te sientes solo, derrotado, te sientes fuerte.

—¿Y cómo llega ese muchacho autodidacta a la fundacional Escuela de Instructores de Arte en La Habana?

—A La Habana me fui a buscar, huyéndole a la miseria, a la familia de mi padre, que me alojó durante un año. Entonces, le propuse un negocio a un tío mío: yo le trabajaba en el bar del hotel por las noches y él me pagaba la escuela. Pero con el triunfo de la Revolución se me abre una situación muy expectante: bueno, ahora qué hago con mi status. La Revolución está abriendo fuentes de trabajo cada cinco minutos, todos los muchachos se van a ocupar otros empleos ya reconocidos oficialmente por las leyes, sus salarios…, y yo varado, en mi condición de esclavo.

“Un día pasa por allí Panchito Sevilla, mi ex jefe en la lucha clandestina, y me dice: ‘¿Qué tú haces ahí, comemierda? Tú luchaste, tú fuiste combatiente, ven conmigo’. Y me lleva a lo que entonces se llamaba Obras Públicas y hoy es el MICONS. Entonces, cuando regresé por la noche a la casa, me dicen: ‘No, no, aquí no puedes seguir viviendo. Si te vas de la placita, tienes que irte también de la casa’. Y me fui, empecé a trabajar por aquí, por allá, ¡qué locura! Cuando el dueño de una gran fábrica de tasajo y embutidos se va del país, me dicen del 26 de Julio: ‘Félix, ve con el papá de Sevilla e intervén aquel negocio. Vete pa’ allá y cuida aquello’. ¡Imagínate, miles de reses, de vacas, miles de toneladas de carne en los frigoríficos! Y me fui como ayudante de aquel señor que el 26 de Julio designó como interventor, y allí estuve unos cuantos meses, en los que rompí quinientas paredes, palmas y jaulas, porque no sabía manejar pero me fascinaba la velocidad...

“Luego regreso a Pinar del Río, de mataperros pero libre, y un día veo a la gente de la cuartería en una cola en el Ayuntamiento. Pregunto, y me responden que iban a hacer pruebas para formar un grupo de teatro profesional. Y me quedo en la cola, porque yo quería ser como Tin Tan, el cómico mexicano, me vestía como él, hablaba igualito que él… Cuando entro, me dicen: ‘Párate ahí y haz una murumaca’. El tipo que examina, dice que yo tenía facilidad para actuar, me aceptaron, y yo lo único que hice fue lo mismo que desde muchacho hacía: imitar a Benny Moré, a Roberto Faz, a todos. Al señor que estaba organizando ese grupo de teatro profesional, Alfredo Valessi, le caí bien porque le encantaba verme siempre con un libro bajo el brazo. Hicimos una linda amistad, incluso se convirtió en mi tutor, mi mentor, y ahí me quedé. En ese mismo año 59 se celebra el Primer Festival de Teatro Obrero-Campesino, con alojamiento en el Hotel Habana Libre, ¡y conocí La Habana!

“Felizmente, Valessi es nombrado por el Gobierno Revolucionario para buscar un local y crear la escuela donde formar instructores de arte, con la finalidad de llevar cultura a los campos de Cuba, de elevar el nivel cultural de de obreros y campesinos. Selecciona el hotel Comodoro, en Miramar, y un día me da la sorpresa: ‘Nos vamos mañana para La Habana. Tú serás el primer alumno en llegar a esa escuela’. Y por esa razón, yo soy el primer becado de la Revolución Cubana, porque las primeras becas que da el gobierno revolucionario son esas de la Escuela de Instructores de Arte.

“Fue allí donde culminé mi formación, gracias a un plan docente maravilloso, inteligentemente concebido… Se formaron los grupos por nivel escolar y cultural, nos hacen tests, examen de coeficiente mental, dirigido por un equipo de psicólogos y pedagogos, todo en manos de Marta Besa, una prestigiosa socióloga, que me dice ‘A ver, ¿quién es José Martí?’, ‘Ta, ta, ta’. ‘¿Quién es Ernesto Lecuona…?’, ‘Ta, ta, ta’, y me ubica en el primer grupo, el A, el de los bachilleres, y yo, en un rapto de honestidad hago el gesto de corregirla, ‘No, señora, yo no…’, y un condiscípulo, Sigifredo Álvarez Conesa —después importante poeta—, me hala y susurra: ‘No seas comemierda, no digas nada, quédate con nosotros los bachilleres’. Así, hice la carrera con Rosa Ileana Boudet, Teresita Aguilera, Raúl Lima, Rolen Hernández, Sigifredo, todos bachilleres.

“Cuando me entregaron el título de graduado como Instructor de Teatro y me dijeron mi destino, no lo podía creer, pues resulta que yo regresaba triunfal, como el hijo pródigo, a la tierra natal, Me mandaron a Mantua, en Guane, donde me presenté al secretario del partido municipal, y me recibieron con estas palabras: ‘Aquí no quiero mariconerías con los guajiros, me dijeron allá en Cultura que vienes aquí a hacel murumacas de teatro y eso’. Tras largas jornadas de persuasión logré convencerle de que mi programa de trabajo como instructor de arte era también para hombres, que si había maricones en Pinar del Río no era "culpa” de la cultura. Nada, esto que te cuento ahora tan relajado, te da un cuadro sociológico de la sociedad cubana casi al triunfo de la Revolución.

—¿Cuándo y cómo se vincula el Instructor de Arte con el periodismo?

—Yo mantenía el firme propósito de volver a la capital, para continuar eliminando los vacíos en mi formación. Y cuando regresé a La Habana y no encontré donde vivir, me dije "de aquí no me voy”, y durante casi dos años fueron mi hogar las funerarias, cuando todavía daban a dolientes y amigos chocolate y pan con mantequilla, y yo, buen actor, ponía cara compungida junto al fallecido; también el cabaret Continental (después Coppelia) y, por supuesto, los portales de la UNEAC, cuyo sereno, un italiano, a ruego de Pita Rodríguez, me dejaba pasar las noches de frío en un sofá mullido, por la parte que da a 17. El trato era que me ausentara antes de las 7 de la mañana; pero un día, rendido de sueño, fui sorprendido por Guillén: me restregaba los ojos una y otra vez, pensaba que estaba soñando, pero sí, era él, el gran poeta... Después mejoré, al descubrir donde guardaba Humberto Arenal su automóvil, en el que me introducía sigiloso y dormía a pierna suelta hasta que el autor de La vuelta en redondo me sorprende y, en vez de reprochármelo, me subió a su casa, me indicó el cuarto del fondo y me dijo: "¡Cuando te levantes, ven a comer con nosotros!".

“Poco después, comencé a publicar en La Gaceta de Cuba y en la revista Cuba Internacional. Normalicé mi situación económica, vivía bien, pero mi meta inmediata era entrar a la universidad, en periodismo. Lo logré, pero me aburría, no era buena entonces esa facultad, no tenía aún brillantes profesores como los que tuvo más tarde. Entonces alquilé un cuarto en una casa de huéspedes frente a la UNEAC, pero no puedes imaginar por cuantos oficios pasé en los meses precedentes, por ejemplo: actor de cine en La muerte de un burócrata de Titón, ayudante del escultor José Delarra, artista de circo, profesor de historia en una secundaria en Jaruco, por gestiones de Delarra; ayudante del pintor chileno José Venturelli, en los murales del Salón de la Paz del Hotel Habana Libre; vendedor de libros ambulante… Pero, y no es masoquismo, era muy feliz, no sentía desamparo, había encontrado a los otros, a mis iguales, y encima leía poesía a toda hora, leía poetas raros, diversos, de todas partes...

—¿Llegó entonces El Caimán?

—Abandoné el aula universitaria en tercer año de periodismo. Seguí en Cuba Internacional, y en 1966 participé como fundador de la Brigada Hermanos Saíz, con Luis Rogelio Nogueras, Víctor Casaus, Iván Gerardo Campanioni, Guillermo Rodríguez Rivera, Froilán Escobar, Helio Orovio, entre otros… Una noche me vi leyendo poemas en Bellas Artes con estos compañeros, acompañando a un cantautor llamado Silvio Rodríguez. Ya estaba en lo mío, casa, comida, libros y, además, amigos poetas... Un importante capítulo de mi vida en esa etapa fue armar mi primer libro, El fulano tiempo, que envié a la primera edición del Premio David (1968) y obtiene el premio, pero “arriba” indicaron cambiar de autor. Un viernes, almorzábamos en el Centro Vasco de Calzada, en el Vedado, Onelio Jorge Cardoso, Froilán Escobar y yo, cuando entra Eliseo Diego con su esposa, jurado del Concurso David de ese año, llama aparte al Cuentero Mayor y le confiesa que mi libro era el premiado, que guardáramos discreción hasta el martes, en que yo sería avisado mediante telegrama, pues esa misma mañana habían hecho el acta y ordenado que se me notificara. Ese martes, lavé temprano mi guayabera de las grandes ocasiones y asistí a la proclamación del Premio David, pero, en mi lugar, anunciaron otro nombre. Con esta violación, se adelantaban las arbitrariedades de ese nefasto periodo ¿gris?, ¿negro?

“Es cierto, los caimaneros relacionamos poesía con todo, en una especie de esa poiesis que llamaban los griegos (y Lezama), debido a que asistimos al nacimiento de la nueva concepción de la cultura llegada con la Revolución, en la que la creación, como actitud, es estética y ética, más aventura de la curiosidad. Cuando llegué al Caimán Barbudo, enseguida sentí que compartíamos el mismo aire, la misma visión del mundo, obviamente, cada uno con su propia nariz y ojos porque, ¿habrán dos seres más diferentes que Guillermo y yo?, ¿Víctor y yo? ¿Wichy y yo?

“¿Qué me faltó de esa época de los caimanes? Pues, ir a París (con o sin aguacero), al cementerio de Montparnasse y depositarle flores a Cesar Vallejo, según la promesa que hicimos en Coppelia, una noche de 1967...

—¿Y Casa de las Américas? ¿Qué vericuetos te condujeron hasta el lugar ideal para hacer crecer tu pasión latinoamericana?

—Casa fue la maravilla… Me merecía ese premio, el de trabajar en la mítica institución luego de estar cinco años rodando como piedra perdida. Expulsado de la revista Cuba Internacional porque "tú tienes opiniones", según dijeron; estuve de ayudante de carpintería en el Ministerio de Trabajo, de oficinista en la ANAP, de mensajero en una empresa en Marianao, entre otros empleos. Hasta 1980, que me llaman del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido y me notifican que ya no tenía "problemas" y podía aspirar a cualquier centro de prensa, de cultura. La suerte estaba oyendo: esa misma noche fui a una fiesta, estaba Chiqui Salsamendi (bella y eficacísima) y me ofreció plaza en la Casa. Aquello no fue trabajar, sino fiestar, asomándome a países, culturas, personajes, poesías, artesanías, folclores, conversando con Manuel Galich, con Francisco Pividal, con Mariano, cantando tangos y hablando de Buenos Aires… Pero, muy lamentablemente, abandoné esa Casa tan querida y soñada por mí una tarde en que —¡cosa absurda!— me prohibieron visitar una embajada capitalista —la argentina—, y yo, testarudo, renuncié ante el administrador, que con los ojos abiertos de asombro sentenció: “Estás loco”… Todavía me sigue afectando ese incidente, pero todo pasa, porque aquel muchachito que tantas veces atravesó los siete círculos del infierno en Pinar del Río, aprendió de ese pasado que bajo ninguna circunstancia hay que bajar la cabeza y poner la dignidad a un lado.

“No puedo dejar de hablar de aquella mañana en que García Márquez, miembro de un Consejo de Dirección internacional que se celebraba hacía muchas horas, aburrido, salía y entraba incesantemente. El descanso para la merienda no llegaba; y en el pasillo, una gran mesa repleta de golosinas para ese mismo Consejo provocaba al paladar más indiferente. ‘Compañero —me dice El Gabo— ¿puedo tomar un dulcecito?’. ‘Bueno, no —le contesto—, pero, mire…’, y él, cortándome, me propone: ‘Pues unámonos en la fechoría: dos pasteles para usted y dos para mí’. Y atragantándonos, recibimos el más grande de los regaños de Eusebio, aquel adorable asistente tan querido por todos en la Casa, que escondiendo su risa, musitaba: "¡Le ronca, un Premio Nobel robando dulcecitos!’.

—Sin embargo, no fue Casa de las Américas quien te condujo al tango... ¿Dónde nace el tanguero Contreras?

—En el año 1951, comienza a practicarse una modalidad en los cines: un show en vivo entre dos películas. Se puso de moda en toda Cuba, show con artistas locales, y en el Aída de Pinar del Río empezó a cantar un señor negro, José Cuní, vestido como Carlos Gardel, que solo cantaba el repertorio del Zorzal. A mí aquello me arrebató y me hice amigo suyo, y Cuní me prestaba cancioneros de tangos y me aprendí todo lo que cantaba el Morocho del Abasto. Y como Cuní, empecé a vestirme también como Carlos Gardel, incluido un sombrero de guano que pintaba de negro… Así me entró la locura del tango.

“Y por el tango me llega la poesía, pues siempre me llamó la atención el texto de los tangos, tan saturados de poesía. Me arrebataban esas imágenes, las metáforas, ese decir diferente al del lenguaje cotidiano Cuando escuché, por ejemplo, ‘Sur’ de Aníbal Troilo y Homero Manzi, me quedé frío. ¡Dios mío!, ¿qué es esto?

Tu melena de novia en el recuerdo

y tu nombre flotando en el adiós

(…)

Nostalgia de las cosas que han pasado…

Arena que la vida se llevó.

—En Cuba ya no se escucha tango, al menos no de manera regular, y sus cultores, sus estudiosos, son conocidos solo en medios afines. Sin embargo, tu intacta pasión tanguera fue recientemente reconocida en Buenos Aires, donde tango equivale a identidad nacional.

—En agosto de 2008, llegué a Buenos Aires invitado por la Academia Nacional del Tango, que preside Horacio Ferrer. Allí fui recibido en su sede del antiguo Café Tortoni, donde cantaba Gardel muy joven, y para mi sorpresa, además del cálido recibimiento, me entregaron el Diploma de Miembro de la Academia del Tango. ¡Qué alegría más grande! Me sentí muy honrado al recibirlo, se reconocía mi labor en pro del tango en Cuba, una cosa que mis compatriotas apenas conocen, pues hice mucho por la promoción del tango en Cuba entre 1970 y 1995, o sea, hasta ese siniestro Período Especial que lo borró todo… “Trabajé con subido entusiasmo en el Festival Ayer y Hoy el Tango, de Casa de las Américas que es, hasta hoy, sin dudas, el más grande e importante celebrado en el mundo. Fue en La Habana, en 1984, aunque ya nadie se acuerde de eso. Ahí fue donde conocí personalmente a figuras destacadas a nivel mundial; vinieron Pugliese, Eladia Blázquez, Nelly Vázquez, Sebastián Piana y muchísimos más…”.

—A Félix Contreras es muy difícil verlo solo. ¿Cuánto define tu vida y tu quehacer la amistad o las amistades? ¿Cuál es el secreto que te permite conservarlas, aumentarlas, perdurarlas?

—Buena pregunta para sociólogos, sicólogos y antropólogos... Y me haces recordar a Lezama y su montón de clasificaciones para definir la amistad: “la ignaciana, la intelectual, la soreliana”, y aquello tan hermoso que decía que "la amistad es una forma de poblar un espacio misterioso". Mira, nosotros, los extrovertidos, los abandonados, los huérfanos, somos buenos para hacer amistades, buscamos en la poesía, en el amigo, a la madre, a la familia...

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