Joaquín Borges-Triana – El Caimán Barbudo.- Para bien y/o para mal, la cultura cubana ha estallado y sus fragmentos, como los del espejo de La reina de las nieves de Andersen, se han clavado en múltiples ojos y corazones, mundializando a Cuba y cubanizando al mundo. Gracias a la amistad forjada en otros momentos de nuestras vidas y al respeto mutuo por la manera de pensar de cada quien, sostengo un fluido intercambio con numerosos de los trovadores y/o cantautores cubanos radicados en diversos puntos del globo terráqueo, y confieso que me llama muchísimo la atención que, a pesar del tiempo que lleven fuera de nuestro país y del sitio en el que residan, al hablar o escribirme acerca de la obra que están haciendo como artistas, se proyectan como si la hubieran realizado en este costado del mundo. Para ellos, el pedazo de tierra caribeña en que hemos nacido, continúa siendo su punto de partida.


No se trata de que en nuestros diálogos me teoricen al respecto, ni siquiera que traten de explicármelo. Nada de eso. Es algo que me transmiten, diría que de forma extrasensorial. Sucede que hoy, en materia de cultura y gústenos o no, hay que hablar de una Cuba que cada día es más transnacional, plural, políglota y transterritorial.

 Uno de los hacedores cubanos de canciones y que participa del fenómeno antes aludido es Jorge Sanfiel, quien se diera a conocer en los escenarios habaneros allá por fines de los 80. Hace algunas semanas y gracias a una amiga común, la poeta y dramaturga Ana Margarita Mireles, después de tiempo de permanecer desvinculados, reestablecí contacto con Jorge y dado el interés que siempre me ha motivado su quehacer artístico, decidí entrevistarlo para que él hablase un poco de lo que ha hecho en los últimos tiempos y de lo que piensa a propósito de su condición de artista radicado actualmente en una cultura diferente a la suya.

Durante cierto tiempo estudiaste guitarra clásica. ¿Te consideras un músico de formación académica?

—Para nada, aunque sí me dio una visión y una determinada técnica que poco a poco se fue enriqueciendo con acordes del filin y el jazz, pero nada que ver, si volviera a esos años de estudiante hubiera terminado la guitarra, no haría canciones, y quizás viviría mejor.

—¿Cómo llegas a la trova?

—Creo que fue Serrat en una entrevista hace muchos años, la persona que cuando le preguntaron por qué había empezado a hacer canciones, dijo: “Para tocarle el culo a las muchachas”. Pues eso más o menos es lo que me pasó a mí. Yo era un muchacho algo tímido y retraído, poco conversador. Supongo que en el instante en que empecé a hacer mis canciones, quería demostrarles a las féminas que en el fondo era un tipo interesante. Lo de la trova es porque tenía guitarra y no un piano o una trompeta, entonces había que ponerle algo más, cantar. En aquella época, Silvio era un referente de cómo diciendo cosas interesantes (que en mi caso ni puñetera idea de lo que quería decir), se podía ser feo y levantarte mujeres.

—Fuiste fundador de la peña “A corazón abierto”, en el Museo de Regla. ¿Qué te motivó a organizar dicho proyecto?

—Era muy joven por entonces, estamos hablando de hace más de 20 años. Por aquella época yo tenía el afán de organizar, de participar en cosas importantes, de arrastrar gente a los sitios, a veces en contra de su voluntad. Y así fueron muchos artistas de diferentes disciplinas, conocidos, muy conocidos y desconocidos que más tarde fueron conocidos y también gente como yo. Me divertía aquello, la pasé bien. Más tarde, como se fue poniendo demasiado grande, con mucho público y gente diciendo lo que pensaba, molestó a las organizaciones que tenían que ver con el espectáculo. No sé si fue censura o falta de perspectiva, eran años difíciles y de esperanza a la vez. Recuerdo todos los que iban a participar ahí con mucha fe, yo también la tenía.

—Yo te recuerdo en presentaciones en espacios como el de la Casa del Joven Creador, en la Avenida del Puerto de La Habana, en un trabajo con la cantante Alicia Alonso, una voz muy característica por su proyección lírica. ¿Cómo es que nace el dúo?

—El amor. Principios del 93, trabajábamos en el Gran Teatro de la Habana y nos conocimos, pretexto para que una voz como la de Alicia cantara mis canciones. Más tarde montamos temas a dúo y entonces se fue poniendo seria la cosa.

—Hasta donde sé, ustedes dos tienen tres discos editados: Alicia y yo, Habana 7pm y Habanerándote. ¿Son producciones independientes o están acreditadas a determinados sellos discográficos?

—Alicia y yo fue la única producción que salió de un sello que no era el nuestro. Habana 7 y Habanerándote son producciones nuestras, con la ayuda de un montón de músicos y productores amigos.

—Como productor y arreglista has colaborado en los discos Camarón, de Alejandro Bernabeu; Calle abajo, de Frank González; y El camino está marcado, de Henry Ortiz. Me llama la atención esta diversidad estilística, porque Bernabeu, González y Ortiz no guardan relación en sus modos composicionales. ¿Qué aspectos son los que te animan a decir sí, cuando te proponen hacer una producción o un arreglo?

—En el caso de Alejandro y de Frank, además de ser excelentes músicos y compositores, nos une una amistad, hemos hecho muchas cosas juntos desde que vivíamos en Cuba, y la labor de producción con ellos ha sido muy fácil, pues conocemos nuestros gustos, ideas, etc.

“Trato de poner mucho cuidado y respeto en mi trabajo con los diferentes proyectos a los que me vinculo. Siempre que acometo una producción o un arreglo, parto de la idea de que la esencia de cada artista o grupo es lo más importante y no hacer lo que a mí me dé la gana. Propongo, me proponen y así vamos construyendo algo coherente. En cuanto a lo que me anima a hacer una producción o un arreglo es que sean cosas que me gusten, potables artísticamente, y que puedan funcionar desde el prisma comercial. También he hecho cosas que se alejan un poco de esta idea, pero me han dado de comer.

—La experiencia de hacer música para teatro, en obras de figuras como Raúl Alfonso y José Antonio Rodríguez, o en cine, para alguien hoy tan reconocido como Benicio del Toro, ¿qué te ha aportado?

—Muchísimo. Con Raúl, creo que fue lo primero que hice para teatro. Con José Antonio Rodríguez fue como pasar una escuela, estuvimos dándole la vuelta a España muchas veces, por un año aproximadamente. Con él aprendí un montón de cosas de teatro y de actuación, y aquella experiencia me sirvió para trabajos posteriores de teatro y TV que he realizado. Eso es, en realidad, a lo que me quiero dedicar, porque me permite experimentar con música e imágenes, colores… En algo de eso estoy ahora, deja ver qué sale, y si no sale, pues aprendo.

—Hace años que vives fuera de Cuba. ¿Con qué expectativas iniciaste el quehacer musical en la diáspora? ¿Has logrado materializarlas?

—Las expectativas fueron infinitas, salimos de Cuba con una gira de tres meses. Alguien apostó por nosotros y nos quedamos. Algunas cosas fueron bien, otras no tan bien, pero me di cuenta de que tenía que aprender mucho en los planos artístico y humano. Tuve que tocar fondo, reaprender, vivir un poco… Fue un largo camino, incluso de reconocimiento de uno mismo. Y sí, con el tiempo pude materializar algunas cosas, como por ejemplo tocar con gente muy admirada por mí durante toda la vida, y en fin, hacer un trabajo, no sé si bueno pero, por lo menos, honesto.

—¿Para ti cuáles son las principales diferencias entre la música que hiciste en Cuba y la que has realizado en la diáspora?

—Creo que en Cuba era mucho más lírico, más pegado a la guitarra, a la trova, también era más joven. Cuando salí tenía mucho desconocimiento de la música cubana. Quizás fue vivir fuera de mi país lo que me hizo investigar más en nuestra música, profundizar en su historia. La añoranza, el desamparo, integrarte a un mundo, vivir situaciones especiales, trabajar con músicos cubanos y con otros de culturas diferentes, te va mostrando un horizonte más amplio y así lo expresas. Ahora ando más pegado a la calle, a lo fundamental, a llamar las cosas por su nombre, a una poética más directa y cercana a las realidades, no sólo de Cuba sino también de todo el mundo.

—¿Crees que la identidad nacional determine la identidad artística? ¿Cómo llevas ese asunto?

—Creo que uno nunca puede dejar de ser lo que es. Uno nace o se cría en un lugar y en tu vida, siempre vas a recordar la calle de tu infancia, los olores, los solares, las ollas de presión sonando a las once de la mañana y Vicentico Valdés sintonizado en Radio Progreso. Eso es al final lo que eres, esa es tu cultura (entre otras muchas cosas).

“Si un pintor habanero vive en París y se va a pintar frente al Sena, seguro que en un determinado momento frente a dicho río se acordaría del Almendares y puede que, hasta en algún árbol de los que pinte, se le salga una rama de flamboyán. El guitarrista de una banda de jazz en Chicago, cuando toca su solo, pondrá algún acorde nostálgico que se lo vio poner alguna vez a José Antonio Méndez en el Pico Blanco.

“La identidad nacional te marcará siempre. Y también es lo que vas incorporando a tu quehacer, las diferentes identidades nacionales que te hacen un poco más internacional, que van enriqueciendo tu tumbao, esa mezcla sabrosa que te pasea por Sevilla y La Habana, te sientan frente al Mar Rojo y después te organizan una gira (con suerte) por algún nigth club en Las Vegas. Te lo explico mejor: En New York he degustado alguna excelente comida cubana a base de arroz moro, masas de puerco fritas y yuca, y de postre me he comido un cheesecake con cranberry, que me encanta. El ejemplo deja claro el modo en que llevo el asunto de la identidad nacional.”

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