Manuel Juan Somoza - Cuba Contemporánea.- El magnate Alfonso Fanjul, exponente de esa especie de realeza que estuvo por encima de gobiernos y partidos políticos en Cuba hasta 1959, acaba de confesarle a The Washington Post que quisiera invertir en la isla “bajo las circunstancias correctas”, anuncio significativo ese viniendo de alguien que, tras abandonar la isla luego del triunfo de la revolución, cultivó fuertes conexiones en Washington y llegó a imponerse en el mercado azucarero de Estados Unidos y República Dominicana.


“Si hay alguna forma de que la bandera de la familia pueda ser llevada de vuelta a Cuba, estaría feliz de hacerlo”, agregó Fanjul casualmente (¿?) a un mes de que la Asamblea Nacional discuta un nuevo proyecto de ley para la inversión extranjera, del que esperan beneficiarse empresarios cubanos radicados en el exterior.

El llamado “Rey del azúcar”, que no gusta de hablarle a la prensa, reveló también que desde que comenzaron los cambios económicos en 2008 ha visitado el país dos veces (en abril de 2012 y febrero de 2013).

Un conocedor de estos asuntos de viajes discretos desde Estados Unidos –por no decir casi secretos– me dijo hace poco que, además de Fanjul, sus abogados y otros emisarios “viajan constantemente para olfatear el terreno”. Es decir, para evaluar el rumbo del país, aunque todavía hay quienes repiten –no sé si por militancia política, miopía o convicción– que “nada ha cambiado aquí”.

Los Fanjul vivieron “en Cuba durante 150 años y, sí, al final del camino me gustaría ver a nuestra familia de regreso en Cuba, donde empezamos (…). Pero tiene que ser bajo las circunstancias correctas”, agregó este hombre de 76 años, considerado uno de los “ultrarricos empresarios estadunidenses con raíces cubanas”.

“En este momento, no hay forma de que consideremos invertir en Cuba. ¿Cómo se puede negociar un trato si no te permiten hacerlo legalmente? (…) ahora, ¿podemos considerar una inversión en una fecha posterior?”, se preguntó el magnate antes de responderse: “Si hay un arreglo entre Cuba y Estados Unidos, si se puede hacer de una forma legal y existe un marco apropiado, entonces consideraremos esa posibilidad. Tenemos una mente abierta”.

Antes partidario del bloqueo y financista de grupos radicales del exilio en Miami –entre ellos la Fundación Nacional Cubano-Americana–, así como estrecho aliado de los Clinton –su hermano Pepe lo es de los republicanos–, Alfonso Fanjul sigue el camino de otros empresarios cubano-estadunidenses –Carlos Saladrigas, incluido– que parecen interpretar que la “actualización del modelo” puede ofrecerles una forma de recobrar el tiempo perdido en su país de origen.

“El cambio radical de Fanjul es un nuevo desarrollo para el exilio que, por décadas, ha tenido un control sobre la política de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba y ha desempeñado un papel externo en las campañas presidenciales. Sus viajes lo colocan a la vanguardia de un grupo de ricos inversionistas de raíces en la isla cuyos intereses económicos e influencia política presionan a ambos países hacia un deshielo”, consideró el Post.

Las declaraciones del empresario no generaron comentario alguno del gobierno cubano –el Post dijo que en uno de sus viajes habría sido recibido por el canciller Bruno Rodríguez, algo que no he podido confirmar–, en tanto en Estados Unidos desataron la furia habitual de los ultraconservadores. La congresista Ileana Ros-Lehtinen, integrante del lobby anticubano en el Congreso, las calificó de “patéticas”, y el senador Marco Rubio se dijo “sorprendido y decepcionado”.

Desconozco si el nuevo proyecto de ley de inversión extranjera en estudio desde hace más de un año beneficiará a empresarios como Fanjul. Sí parece que con vista a su aprobación están definidas las prioridades, así como las limitaciones y ventajas que puede ofrecer el país.

En opinión del economista Omar Everleny, la experiencia internacional indica que los países que han logrado emprender una senda hacia el mejoramiento de su infraestructura y condiciones de vida de la población “han gozado de tasas de inversión no menores al 30% de su Producto Interno Bruto, con notables apoyos desde la inversión extranjera”. En tanto su colega, Juan Triana, consideró que la ley debe propiciar “índices mayores que los actuales, incluso superiores a la media regional, si realmente aspira a un crecimiento notable”.

Habrá que esperar hasta la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional para saber si la nueva ley abrirá puertas en todas direcciones, como parte de este complejo proceso de transformaciones que vive Cuba y del cual depende su futuro. Alcanzar, como es la intención, un socialismo próspero y sustentable, al que aspiran muchos, o, como auguran otros, terminar dando un vuelco que ponga luz verde al libre mercado, parece ser el dilema en perspectiva.

Nada es sencillo ni está exento de riegos. Así ha sido desde el 1 de enero de 1959. El país está urgido de inversión extranjera, de dinero fresco y, sin hipotecar la soberanía, soy de los que voto por atraer también a esos capitales cubanos desarrollados por medio mundo, no solo en Estados Unidos, manteniendo la puerta cerrada a quienes han convertido en fortunas las acciones violentas contra la nación.

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