Nuestra revista no pretende establecer verdades absolutas, sino contribuir a desentrañar los sucesos vividos por estos jóvenes aquel domingo. Nos guía, primero, el afán de que se haga justicia allí donde se cometió una violación, pero también el de apelar a la responsabilidad individual en la preservación de las normas cívicas, los deberes y derechos más elementales, del respeto a la verdad.


Redacción Alma Mater - Foto original: Jorge Alfonso Pita

Rodolfo Romero Reyes, Max Barbosa Miranda y Armando Franco Senén

Las historias tienen mucho de quienes las viven y también de quienes las cuentan. En eso pensábamos al entrar por el estrecho pasillo de la calle Virtudes, en Centro Habana, que lleva a la puerta de Leonardo.

A una semana del 11 de julio no íbamos a entrevistarlo; tampoco a Alexander, otro joven universitario que había sido detenido ese día y accedió a reunirse con nosotros. Acudimos a su casa para conversar y, en su cuartico, encima de la barbacoa, nos acomodamos donde pudimos: ellos dos, la novia y un amigo del anfitrión, y tres periodistas de Alma Mater. Todos guardando distancia, algunos hasta con doble nasobuco, intercambiamos durante tres horas.

Leonardo Romero Negrín y Alexander Hall Lujardo estudian en la Universidad de La Habana. Leonardo cursa su tercer año en la facultad de Física; Alexander el cuarto en la carrera de Historia. Esa tarde nos relataron sus vivencias; luego, supimos que el padre de Leonardo había presentado una denuncia a raíz de lo contado por su hijo. Seis semanas después, tuvimos acceso a los resultados de la investigación.

Como constatamos durante ese tiempo, las historias tienen mucho de quienes las viven y también de quienes las cuentan. Por ello, quizás no sorprenda que los hechos narrados a Alma Mater en ese encuentro difieran en algunos casos de lo indagado por las autoridades competentes; también de sus testimonios compartidos en otros espacios digitales y de las declaraciones que ambos ofrecieron a la Fiscalía.

Nuestra revista no pretende establecer verdades absolutas, sino contribuir a desentrañar los sucesos vividos por estos jóvenes aquel domingo. Nos guía, primero, el afán de que se haga justicia allí donde se cometió una violación o se aplicó la fuerza de forma desmedida, pero también el de apelar a la responsabilidad de cada uno de los actores sociales en la preservación de las normas cívicas, los deberes y derechos más elementales, del respeto a la verdad.

Domingo 11 de julio. Antes de las 4:00 p.m. Leonardo Romero Negrín

Leonardo recuerda que venía de la zona de Egido, el barrio Jesús María, en la Habana Vieja. Al atravesar Monte distinguió a un grupo de personas corriendo, escuchó la gritería y se trasladó hasta el Hotel Saratoga.

«Cruzo el parquecito y veo a policías junto a otros civiles montando personas en las patrullas. Decían que se estaban manifestando pacíficamente y, en efecto, no había gente tirando piedras en ese momento. Eran cerca de las dos o tres de la tarde. Veo a un alumno mío, Marcos, que andaba con una cámara fotográfica, y lo halo para sacarlo del tumulto. Luego nos situamos en los portales del Saratoga», explica.

«Estando ahí, miro hacia otro lado y, cuando me doy cuenta, está Marcos tirado en el suelo y varios civiles dándole golpes, tratando de quitarle la cámara. Yo le había dicho que no gritara, que no se metiera, que solo filmara».

— ¿Filmaba con un celular o con una cámara profesional?

«Con una cámara profesional. Él siempre la lleva encima y, bueno, la sacó. Lo veo tirado en el piso. Lo que hago es que me lanzo, sin tocar a ningún policía, y ahí me cogen y me llevan cuatro personas cargado hasta la estación de Dragones, a una cuadra del lugar».

Leonardo llega a la estación. Entra caminando, al tiempo que lo sujetan del brazo: «Cuando atravieso el umbral de la puerta me trasladan a un patiecito, allí estaba un muchacho — que luego supe era periodista de Alma Mater — y ve como me lanzan al piso de un estrellón y entre cuatro me empiezan a caer a patadas. Me cubro la cara y me golpean en las costillas y en el antebrazo, diciéndome mercenario y otras cosas».

Interrumpimos su narración para preguntarle si tiene marcas de los golpes que refiere, para fotografiarlos. Explica que no, que no las tiene, pues ya ha pasado una semana. Nos muestra el antebrazo izquierdo que exhibe una leve hinchazón.

— ¿Dices que el muchacho de Alma Mater estaba contigo en ese patiecito?

«Yo no sé si él me ve cuando entro o cuando salgo, pero en los dos momentos hubo violencia. En el patiecito me siento en un banco y me estoy aguantando el brazo, porque pensé que me lo habían partido. Entonces le grito: “¡Abusador!”, a un policía. Viene otro, con una cámara en una mano, que creo era la del periodista, y con una tabla blanca me cae a tablazos, que es la marca que tengo — muestra un rayón, en la parte posterior de la pierna, parecido a la rozadura con un alambre. Esa marca es la que tengo, porque me dio otros tablazos, pero yo puse el pie para que no me diera».

«Cuando nos van a trasladar, el oficial 09312 dice: “Aguántenmelo ahí”, y entre dos personas me agarran y él me da un cabezazo en la frente, que me deja mareado. Casi me caigo al suelo. Me llevan hasta el camión y allí estaba el periodista. Nos trasladan a la estación de Zanja, donde me encuentro a Marcos».

Leonardo afirma que en la mañana del 11 de julio supo la noticia de las manifestaciones en Palma Soriano. Entonces se encontraba en reclusión domiciliaria por sucesos acaecidos unos meses atrás en la calle Obispo.

Es el mismo muchacho que, el 30 de abril de este año, cuando un grupo de personas protestaron en las inmediaciones de una cola, enarboló unos carteles que decían: «Socialismo sí, represión no» y «Derecho a tener derechos». Desde ese momento Alma Mater intentó entrevistarlo, pero el joven alegó que no daría declaraciones a ningún medio de prensa.

Ante la interrogante de si había sido también casual su participación en aquellos eventos, Leonardo asegura que sí, aunque detalla que escribió las pancartas tras la detención de varios miembros del llamado «MSI» (Movimiento San Isidro), en el Boulevard de San Rafael, el 28 de abril.

«Ese día yo salí para el Boulevard, pero ya se los habían llevado detenidos. El 29 algunas personas amanecieron con patrullas frente a sus casas. Me molesté y dibujé ahí en la cama el cartel “Socialismo sí, represión no”. Lo eché en mi mochila para sacarlo cuando a mí me diera la gana, como le dije después al oficial que me entrevistó.

«El 30 andaba con él encima, iba con un profesor mío por Obrapía y vimos gente corriendo. Cuando llegamos ya el tumulto se había formado. Yo estaba separando a la gente porque veo golpes, pienso que es una fajazón en la cola, empiezan a gritar consignas y es donde digo: “¡Abajo el imperialismo, pero abajo la represión!”.

«Vi a un oficial fajándose con un jovencito, perdí la compostura y saqué el cartel».

Minutos después fue detenido.

La novia interrumpe su relato: «Aclara que tú no tienes nada que ver con el 27N ni con el MSI, que es algo que siempre se ha corrido».

Debido a este incidente, Leonardo estaba bajo una medida cautelar que limitaba su movilidad el 11 de julio. «Podía ir a la facultad, salir a la bodega», especifica.

Domingo 11 de julio. 4.00 p.m. Jorge Alfonso Pita

Desde las primeras alertas de manifestaciones en varias provincias del país, el equipo de Alma Mater comenzó a monitorear los sucesos a través de las redes sociales. Antes de que tuvieran lugar los primeros eventos en La Habana, ya estaba organizada la cobertura que se realizaría en caso de ocurrir algo similar en la capital. Durante aquella tarde, cinco miembros del equipo acudieron a diferentes puntos de la ciudad. Jorge Alfonso Pita fue uno de ellos.

«Salí a la calle muy cerca de las tres. Me avisaron que había gente manifestándose en el Cotorro. Se veía movimiento y una fuerte vigilancia policial en el parque de este municipio, pero no había manifestantes o, al menos, yo no los vi. Llamé a Armando, el director de Alma Mater, y le comenté la situación, le dije que iría para La Habana a hacer fotos. Me pidió que lo mantuviera al tanto. En ese momento otros periodistas y fotógrafos de la revista estaban trabajando en la zona del Vedado y Centro Habana.

«Llegué a la Habana Vieja sobre las cuatro. Caminé por el Parque de la Fraternidad y me aproximé a la Fuente de la India, muy cerca de la esquina del Hotel Saratoga. Había mucha gente corriendo de un lado a otro, unos gritando consignas, otros alzando carteles, algunos provocando y convocando a la violencia, curiosos, gente atónita que simplemente no se creía lo que pasaba allí, llamando a sus seres queridos; también muchos policías y patrullas, agentes vestidos de civil. De todo.

«Entre las primeras cosas que vi fue a un policía con una herida en la cabeza y la camisa ensangrentada, que pasó muy cerca de mí. Eso me dio una idea de lo grave que era la situación. También vi a muchos civiles siendo detenidos. Me subí al borde de la fuente para tomar fotos.

«Decidí aproximarme para hacer más fotos y ya ahí pude ver bien de cerca la violencia de ambos lados — tanto de uniformados hacia civiles como viceversa. La mayoría de las personas filmaban o hacían fotografías con sus celulares. Pude notar el modo de proceder de la policía: si tenías algún cartel o gritabas muy cerca de ellos te detenían, también si los agredías física o verbalmente, como es lógico. Lo mismo con quienes hacían fotos o videos de las detenciones y se acercaban mucho. No puedo generalizar ni decir que fue así en todos lados.

«En la zona donde estuve no vi a nadie rompiendo cristales, vandalizando inmuebles o vehículos, como sucedió en otros lugares. Tampoco podría asegurar quién comenzó la violencia, sería irresponsable e inexacto, pero sí hubo mucha y desde ambas posiciones, al menos durante esos minutos que presencié.

«Precisamente cuando hacía fotos de una detención, al costado del Saratoga, por Dragones, se me acercaron varios agentes vestidos de civil y policías. Mientras uno preguntaba qué hacía allí tomando fotos, dos me agarraron por los brazos. Les expliqué que era fotógrafo de Alma Mater, un medio de prensa radicado en la Editora Abril. Pusieron en duda mi argumento.

«Después de unos minutos de discusión me pidieron el carné y la credencial, solo tenía el carné. Al ver que no portaba el documento que me acreditaba como periodista decidieron detenerme. Como no me resistí en ningún momento me escoltaron pacíficamente hasta la estación de policía de Dragones.

«Una vez allí el trato fue diferente. Me ordenaron que me parara en una esquina del lobby de la estación. Lo hice, luego me mandaron a que me agachara, pregunté por qué y solo me exigieron a gritos que obedeciera; me di cuenta de que cerca de mí también había otros detenidos agachados y los imité. Hasta hoy no sé si esto es parte del protocolo de detención realmente o una arbitrariedad. El oficial se alejó un poco y en ese intervalo de tiempo sonó mi teléfono, era el director de la revista, solo me dio tiempo a decirle que estaba detenido en Dragones, me arrebataron el teléfono de las manos sin poder ni colgar.

«Vino el mismo policía que me quitó el celular y me dijo que le diera la cámara que aún tenía en el hombro. Después de discutir y preguntar razones, se la entregué. Me dejó solo y se alejó con ella. Unos segundos después se acercó un hombre de 1.60 metros y cara de niño, vestido de civil, con mi teléfono en la mano. Agresivo, me exigió que lo desbloqueara, me negué, y le dije que eso iba contra mis derechos. Me daba manotazos en el brazo y reiteraba la orden, yo repetía mi respuesta inicial. Llegó un policía gordo y sudoroso, me amenazó diciendo que no me buscara un problema y desbloqueara el móvil; mantuve mi posición. Me dio un piñazo en el abdomen, mientras el pequeño seguía con el teléfono en la mano, exigiendo la clave y gritando ofensas. Llegó de nuevo el policía que confiscó mi cámara, esta vez traía una tabla blanca en la mano y amenazaba con usarla para golpearme; el obeso se la aguantó.

«Me escoltaron hasta el camión y, en ese momento que caminaba por el lobby, sacaban en dirección hacia donde yo estaba, desde el patio de la estación, a un muchacho flaquísimo y de pelo largo. No sabía qué le había pasado, pero lucía como mareado, trataban de levantarlo del piso y lo golpeaban. Después supe que era Leonardo Romero Negrín. Lo transportaron en el mismo camión que yo y, luego, en Zanja, estuvimos en el mismo calabozo hasta que me devolvieron mis pertenencias y me liberaron un poco después de la medianoche. Ya era lunes».

Domingo 11 de julio. Después de las 4:00 p.m. Alexander Hall Lujardo

Alexander tenía noticias de lo que estaba sucediendo en varios lugares del país. Incluso, estaba disfrutando la final de la Eurocopa y vio en vivo las declaraciones del presidente de la República. Al terminar el discurso recibió la llamada de un compañero de la Facultad que le avisó sobre protestas cerca del Malecón.

«Me trasladé hasta Centro Habana. En primer lugar, pensé en proteger la casa que tengo allí. Cuando llegué a Cayo Hueso y constaté que permanecía en total tranquilidad, me acerqué a donde estaban aconteciendo las protestas, en la calle Galiano. Encontré una representación de seguidores de la Revolución y empecé a filmarlos con un celular. Ellos se trasladaron hacia el Capitolio y ahí veo que sí estaban sucediendo hechos violentos en defensa de ambas ideologías o como quieran llamarles. Veo agresividad de parte de los boinas negras — la Brigada Especial Nacional — , en primer lugar, protegiendo a los manifestantes que defendían la Revolución, y actuando contra quienes estaban manifestando su desacuerdo».

— Si los boinas negras estaban defendiendo a los participantes, ¿era porque había agresividad del otro bando?

«Sí, se estaban lanzando improperios de las dos partes. Ellos establecían un cordón», relata.

«Por momentos, la gente empezó a cruzar las calles transversales para llegar al Malecón. Ante los intentos de dispersar a los protestantes, era común que algunas personas levantaran las manos en señal de que se trataba de una manifestación pacífica; nunca vi agresividad contundente como sí sucedió en otros municipios de la capital. En Prado no se vandalizaron tiendas, museos, ni monumentos».

La mayor cantidad de personas se concentra en el parque Máximo Gómez. La llegada de refuerzos de jóvenes con uniformes del Ministerio del Interior (Minint) hace que quienes se manifiestan se replieguen y muchos regresan a sus casas. Alexander está en medio de un tumulto, cuenta que lo empujan y va a dar directo contra un cordón de policías. En ese momento es detenido, en el parque 13 de Marzo.

«Me llevaron esposado en una patrulla. No fui víctima de golpes porque tuve un comportamiento adecuado. En Zanja tampoco fui víctima de violencia, ni en el traslado, porque mantuve una conducta acorde, para evitar este tipo de actitudes».

De la estación de Zanja al Centro Penitenciario “Cotorro”

En Zanja se reúnen Leonardo y Alexander, también Jorge y algunas decenas de personas más.

«Al llegar me retiran el celular con el que yo estaba filmando. Cuando me lo devolvieron, en el momento de la liberación, noté que no habían eliminado nada. Pasamos la noche en el calabozo», detalla Alexander.

— ¿Cuántos de los detenidos eran universitarios?

«Nosotros dos, un muchacho del ISA (Universidad de las Artes), uno de la Lincoln y el estudiante de Periodismo de Alma Mater», prosigue.

«La mayoría sí eran manifestantes, había otra parte que, al sentirse víctimas del proceso, hizo actos de protesta en la unidad: aplaudiendo, cantando. Casi nadie durmió», amplía, por su parte, Leonardo.

«Sabíamos que estábamos en Zanja, yo soy del barrio y la conozco», añade.

La novia de Leo fue a buscarlo a la estación.

— ¿Cómo sabías que estaban allí?

«Porque yo averigüé con cuanto policía encontré. Me preguntaron dónde lo habían detenido y la respuesta era: “Lo llevaron para Zanja”. Para allá fuimos el padre de Marcos, otra amiga y yo. Allí un policía nos dijo: “Miren, a sus hijos los trasladamos a dos prisiones diferentes, Jóvenes del Cotorro y 100 y Aldabó. La mala noticia es que yo cometí un error humano y no sé a cuál fue cada uno. Vayan primero a una, y luego a la otra. Yo les recomiendo que empiecen por Aldabó”», refiere.

«El traslado fue violento. Nos sacaron del calabozo con las manos atrás, no esposados, pero inclinándonos hacia abajo; nos llevaron así hasta el camión», recuerda Alexander. Detalla que estuvieron esperando unos veinte minutos, con mucho calor, hasta que subió el segundo grupo en el que iba Leonardo.

«Yo traía una cinta puesta en la cabeza y viene un tipo y me dice: “Suelta esa cinta de maricón”, y me da un garnatón. Los policías me van empujando y me decían: “dale, para que te manifiestes ahora”», sostiene Leonardo al referirse al recibimiento en el Centro Penitenciario “Cotorro”, donde estuvieron retenidos durante varios días.

«A mí me parecía que estaba en la escuela, cuando te ponían de penitencia contra la pizarra y la maestra te daba con una regla. Si no estabas pega’o a la pared, también te podían dar. A mí me dieron un tonfazo por abrir la mano, para que la cerrara», continúa.

Alexander estaba a unos metros de Leonardo. Sobre el momento en que estuvieron desnudos, cuenta: «Nos pidieron que nos quitáramos la ropa, todos al mismo tiempo, que hiciéramos tres cuclillas y nos dieron la ropa nueva — el uniforme de recluso — para que nos vistiéramos. Muchos nos pusimos el mismo calzoncillo que nos habíamos quitado. Nos quedamos, sí, con los mismos zapatos que traíamos».

«Suponíamos que estábamos en la prisión del Cotorro porque había otros presos que habían estado en ese penal. No es hasta el proceso de instrucción que se nos dice que estábamos en el antiguo penal de Ivanov, hoy Jóvenes del Cotorro», explica Alexander.

«Las literas tenían colchones y sábanas limpias, pero hasta el miércoles — desde el lunes — no teníamos jabón, cepillos ni pasta dental, desodorante o papel sanitario. Teníamos un pomo con hipoclorito, que usábamos para enjuagarnos la boca y las axilas. El miércoles sí nos dieron toalla y jabón», prosigue.

«Nos daban desayuno, almuerzo y comida. Y merienda el día de los interrogatorios. Arroz, huevo hervido o picadillo, boniato, a veces frijoles», cuenta Leonardo.

«Como había algunas duchas tupidas y pocos inodoros, nosotros mismos organizamos un sistema de limpieza. Al segundo día fue el proceso de instrucción y también nos hicieron un PCR. De miércoles para jueves nos pidieron los números telefónicos para llamar a los familiares. Era un oficial quien anotaba el teléfono y llamaba a tu familia», agrega Alexander.

«El propio miércoles llegó el teniente coronel Sandor — nos dice Leonardo — . Venía con cámaras de video y nos filmaron. Ahí yo aprovecho para decirle de los maltratos que habían dado. Le pregunté en qué caso se puede usar la tonfa y me explicó que ante indisciplinas graves. Le puse distintos ejemplos, reiteré mi planteamiento. Me dijo: “eso no puede ser así”. Y le pregunté: “qué garantías tengo de que me manden a una persona para hacer la denuncia”. “Sí, sí, yo voy a ver eso”, me respondió».

— ¿Hubo represalias por lo que le expusiste al teniente coronel?

«Yo le dije: “posiblemente por haberme quejado con usted cuando sea de noche puede que pase algo con nosotros”. Pero no, nunca sucedió nada».

«Hay que decir que, a pesar de la violencia de los primeros dos días, las cosas empezaron a cambiar luego de la visita del teniente coronel. Al día siguiente vienen unos médicos y atienden personalmente cada caso, no solo a las personas que tenían hematomas, sino a los que llevaban algún tratamiento por enfermedades o padecimientos», narra Alexander.

Se corre la bola entre los detenidos de que ante el examen médico lo mejor es no mostrar los golpes, porque así los dejan salir más rápido. Leonardo afirma que se subió el nasobuco para que no le vieran el hematoma de la nariz: «Nos dimos cuenta que para liberarnos están buscando a los que no tengan heridas visibles».

— Entonces, ¿por qué a ustedes los demoran tanto si no tenían heridas visibles?

«A lo mejor es que estaba en curso el proceso de investigación», responde Alexander.

«Eran muchas personas, a lo mejor nos estaban soltando por municipios», contesta Leonardo.

Eventualmente, Leonardo aprovecha esas consultas para decirle al médico que lo habían golpeado, enseñarle los golpes. El oficial de guardia entra y les dice que la consulta ha terminado; lo toma del brazo y lo saca de allí.

«Cuando salgo hay un mayor sentado, y le digo, “¡Yo quiero hacer una denuncia!”; me responde: “No tengo nada que hablar contigo”», expresa Leonardo, y asocia: «Nadie hizo una denuncia porque nadie sabía que ese hombre que estaba durmiéndose en una silla era el que estaba allí para eso».

«Es evidente que nadie quiso denunciar nada porque todo el mundo lo que quería era irse rápido», arguye Alexander.

Leonardo contabiliza en total tres declaraciones. «En la primera me tomaron los datos y no me cuestionaron los hechos. Solo tomaron nota de lo que les conté. Esa la firmé porque pude incluir lo que yo quise, incluso los golpes que recibí en la unidad de Dragones, algo que en un principio el oficial no quería poner en la declaración. En la última sí me cuestionaron ideológicamente, preguntándome cómo pensaba y mi relación con Marcos, alegando que yo había sido cómplice de un acto contrarrevolucionario».

En menos de siete días, como establece la Ley de Procedimiento Penal, ambos fueron puestos en libertad; ahora se encuentran en reclusión domiciliaria bajo un proceso por desorden público.

La denuncia investigada

El 16 de julio Leandro Romero Gómez, padre de Leonardo, realizó una denuncia en la Fiscalía General de la República. Por tratarse de declaraciones sobre el accionar policial, la investigación la realizó la Fiscalía Militar y contó con el acompañamiento de la jefatura de la Policía Nacional Revolucionaria y la Dirección de Prisiones del Ministerio del Interior.

El 29 de julio, en la Universidad de La Habana, Fiscalía Militar tuvo un primer encuentro con Leonardo, en el que este narró los hechos. El 13 de agosto, en una segunda reunión en la Facultad de Física de esa casa de altos estudios, le mostraron algunas fotografías para la identificación de los militares mencionados en la denuncia y compartieron con él resultados preliminares de la investigación.

Como parte de este proceso, Alma Mater conoció que Fiscalía Militar revisó las cámaras de seguridad del Hotel Saratoga; visitó en dos ocasiones la estación de Dragones, para identificar los espacios físicos descritos y entrevistar a las personas mencionadas en la denuncia; y visitó en tres ocasiones el Centro Penitenciario “Cotorro”, en el que recibieron toda la documentación solicitada y entrevistaron a distintos oficiales.

En primera instancia, las grabaciones del Saratoga no registraron el momento exacto de la detención. La única imagen obtenida del momento de la aprehensión fue la publicada por medios extranjeros, en la que Leonardo aparece cargado por cuatro personas. «Cuando se le mostró la foto a Leonardo, él reconoció que en ese momento estaba ofreciendo resistencia. La investigación no descarta que durante la detención y conducción pudieron producirse algunas de las lesiones sufridas por Leonardo, aún y cuando él no lo reconoce así», declaró a Alma Mater el mayor Geiser Martínez Pérez, fiscal militar a cargo del proceso investigativo.

La Estación de Dragones fue el primer sitio al que trasladaron a Leonardo, debido a su cercanía con el lugar de los hechos, aunque esta unidad no estaba prestando servicios por encontrarse en reparaciones. La única persona que estuvo allí todo el tiempo fue el oficial de guardia — el mismo al que los testimonios de Jorge y Leonardo ubican con una tabla blanca en la mano. El propio oficial reconoció que ante la magnitud de la situación decidió guardar su arma reglamentaria y tomar una tabla de las utilizadas en las labores constructivas del lugar, para proteger su integridad física.

Varios testigos entrevistados por la Fiscalía coincidieron en que Leonardo arribó a la unidad visiblemente alterado. Aunque en testimonios iniciales el joven alegó recibir varios tablazos, en sus declaraciones a Fiscalía afirmó que se trató de un único golpe, algo que también admitió el oficial de guardia, quien agregó que, luego de pegarle con la tabla en la parte posterior del muslo, lo requirió verbalmente para que se calmara.

Ante las preguntas de Alma Mater, el fiscal explicó que el Código Penal clasifica lesiones graves y menos graves (aquellas que requieren de tratamiento médico). «El actuar del agente no tipificó como un delito de lesiones, pero sí como contravención administrativa. La Fiscalía Militar comunicó estos resultados a la jefatura del Minint y de la PNR para la adopción de las medidas administrativas correspondientes con el oficial».

«El resto de los hechos que según Leonardo ocurrieron en la estación de Dragones no quedaron demostrados. No existe indicio de que fuera lanzado al suelo, ni golpeado a patadas», agregó el fiscal.

Respecto al golpe en la nariz, al mostrarle fotos de los policías, Leonardo identificó a uno de ellos como autor. El agente en cuestión negó la agresión y expuso que solo requirió a Leonardo verbalmente cuando se cruzaron en la puerta. «Los demás testigos manifestantes entrevistados declararon no haber presenciado el hecho. Por lo tanto, aun y cuando el examen médico reconoció la existencia de la lesión, la investigación no comprobó el hecho. Las pruebas no arrojaron que fuera ese oficial», concluyó.

El 12 de julio, al ingresar al centro penitenciario, el examen médico a Leonardo encontró lesiones leves de nariz, brazo y muslo. Sin embargo, no halló ninguna afectación en las costillas. Así dice el informe al cual Alma Mater tuvo acceso:

Escoriación lineal de más o menos 2 centímetros en la región posterior del muslo izquierdo.

Hiperemia contusa redondeada de 1 centímetro en la base de la nariz.

Contusión en la región dorsal del brazo derecho redondeado de más o menos 2 centímetros.

Después de ser liberado, Leonardo acudió por su cuenta a una institución de salud en que le realizaron otro examen médico; la investigación también admitió esos resultados. Como parte de las pesquisas de la Fiscalía, el 30 de julio fue atendido en el Instituto de Medicina Legal, donde se emitió un dictamen que calificó las lesiones como no graves, sin requerimiento de asistencia médica. Los tres informes realizados por diferentes centros coincidieron en el tipo de lesión y su severidad.

Acerca de lo sucedido en la estación de Zanja, las autoridades reconocieron que los detenidos estuvieron de pie por un periodo de tiempo prolongado, debido a la demora en el trámite de identificación.

Sobre los sucesos que Leonardo y Alexander contaron que ocurrieron en el centro penitenciario, se comprobó que, ante la solicitud de Leonardo de formular denuncia, el instructor no dispuso su tramitación. Por esta razón, contra él se aplicarán sanciones administrativas.

Aunque aseguran que el establecimiento sí poseía condiciones higiénicas sanitarias, en el destacamento en el que estuvieron Leonardo y Alexander hubo irregularidad con el agua en las duchas. Al segundo día se les dio acceso por otras vías, hasta que el problema quedó resuelto, según concluyó la investigación.

Del mismo modo, existió atraso con la entrega del aseo. «Los servicios logísticos requirieron de un tiempo mayor que el habitual. No había existencia de aseo personal para esa cantidad de detenidos. No obstante, a cada uno le fue entregado luego jabón de lavar, de baño, cepillo, pasta y papel sanitario. En el momento del ingreso recibieron ropas y sábanas»; algo que desde un principio reconocieron Alexander y Leonardo.

Acerca del «somatón», mencionado en varias publicaciones digitales como un corredor de oficiales que los detenidos atravesaban mientras los golpeaban con bastones, tanto Leonardo como Alexander declararon a Alma Mater que fueron otros arrestados quienes les hablaron de esta práctica, y que ninguno de los dos la sufrió. Las averiguaciones de la Fiscalía no comprobaron la existencia de este proceder.

Así mismo, la investigación no encontró indicios del referido «maltrato al bajar del camión, de las frases ofensivas que recibió de otro militar, el golpe con bastón por la mano, o el golpe cuando estaba de espaldas», explicó el mayor Martínez.

Con el propósito de determinar quiénes pudieron incurrir en estos hechos, Fiscalía le enseñó a Leonardo fotos de cada uno de los funcionarios que trabajaron en el penitenciario durante esos días y él no los identificó. Tampoco quedó demostrado que fuera golpeado o agredido en el momento de entregar sus pertenencias. La información recabada contempla que una testigo propuesta por el propio Leonardo negó que hubiese ocurrido.

Resalta que, en las declaraciones a la Fiscalía, Leonardo admitió que solo estuvo desnudo el tiempo necesario para el cambio de ropa y que nadie lo tocó durante ese proceso. Además, no reconoció el incidente de maltrato después del examen médico realizado en el centro penitenciario.

El pasado 3 de septiembre, con la participación de un profesor de su facultad y del presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la Universidad de La Habana, Fiscalía compartió con Leonardo y con su padre los resultados finales de la investigación. Según el mayor Martínez, Leonardo manifestó estar satisfecho, aunque sostuvo su criterio sobre la ocurrencia de hechos que no fueron demostrados. Ambos firmaron el acta de respuesta a la denuncia.

La ley establece para estos casos la posibilidad de reclamar ante las instancias superiores de la Fiscalía General de la República. En el momento de presentar estas conclusiones, Leonardo no manifestó interés en hacerlo.

El fiscal subrayó que Leonardo no participó como acusado en la investigación, la cual se limitó a lo contenido en su reclamo. Las entrevistas realizadas están contenidas en acta y firmadas por los entrevistados, entre ellos, todos los testigos propuestos por Leonardo.

Por su parte, Alexander Hall no estableció denuncia alguna, pero fue entrevistado. De todas maneras, como los delitos contra la integridad física en Cuba se investigan de oficio, se hicieron indagaciones a partir de lo expuesto por él y se le dieron respuestas sobre las que refirió estar conforme.

De algunas de las acciones denunciadas se identificaron los responsables; de otras, no se pudo comprobar su veracidad. Como en cualquier proceso humano, la subjetividad se impone, y la ausencia de testigos o su vinculación con los investigados son impedimentos a tener en cuenta en la verificación de hechos que pudieron haber ocurrido.

Difieren en varios aspectos lo conversado por ambos estudiantes con Alma Mater, la narración a otros medios digitales y las declaraciones ofrecidas a la Fiscalía. Aquel domingo de julio se vivieron momentos difíciles, convulsos, y una reconstrucción exacta de los eventos es tarea que a día de hoy pareciera imposible, incluso para sus protagonistas.

Ni invasión militar ni capitalismo

— ¿La universidad ha tomado algún tipo de represalia contigo de forma directa, te han bajado alguna nota, te han amenazado con expulsarte?

«La universidad apoyó que yo continuara estudiando sin ninguna dificultad», refiere Leonardo.

— Alexander, en tu caso, ¿por qué te decides a dar declaraciones?

«Nuestro interés en dar la entrevista y a este medio específicamente estaba en la necesidad de reconocer nuestro emplazamiento como jóvenes socialistas de izquierda, y que los medios oficiales, específicamente el medio que tiene que ver con las problemáticas universitarias, Alma Mater, tuviera constancia de eso, y de la necesidad de establecer nuevos consensos.

«Hay una parte del estudiantado cubano que está inconforme y que tiene posiciones críticas con respecto a las problemáticas que están acaeciendo, no solo en la universidad, sino en el país. Es importante que eso quede reflejado. La necesidad de establecer nuevos puentes para evitar más protestas o que se produzca una fractura al interior del estudiantado.

— ¿Qué piensan acerca de la diversidad de opiniones que se han desatado entre cubanas y cubanos a raíz de los sucesos del 11?

«Evidentemente nosotros rechazamos cualquier tipo de intervención militar, y cualquier tipo de injerencias. Así como criterios anexionistas o imperialistas. También nos tocó defender esa posición en Zanja. La intervención militar es pan para hoy y hambre para mañana. Esa petición es fruto de la desesperación y de inconformidades acumuladas durante muchos años», enfatiza Leonardo.

«Opino que una parte del estudiantado cubano ha asumido una posición crítica desde la izquierda. Yo creo que es importante darle seguimiento a esas inquietudes que van a seguir surgiendo, que se van a seguir desarrollando y que se van a seguir articulando de una forma u otra. Una de las cuestiones por las cuales yo insistía en que la entrevista fuera con Alma Mater es precisamente la necesidad que tienen los medios universitarios, los medios estatales, de ganar en credibilidad, y de que se nos escuche y que se nos acepte, y que, de una forma u otra, nuestras voces se canalicen hacia los decisores, que se creen vías de diálogos, espacios de intercambio; tenemos que ganar mucho en cultura de debate. Debemos seguir ratificando y visibilizando este tipo de pronunciamientos que necesitan ser escuchados porque es lo que va salvar el país; no va a hacerlo el elitismo del 27N, ni el anexionismo del MSI: van a ser estas posiciones críticas desde el compromiso, pero desde una mentalidad de nación», argumenta Alexander.

Las historias tienen mucho de quienes las viven y también de quienes las cuentan. Así confirmamos después de aquellas tres horas de debate que motivaron estas líneas, durante las semanas de seguimiento a la investigación que desarrollaba la Fiscalía y tras leer en redes sociales nuevos comentarios de Alexander Hall y Leonardo Romero.

No pretendíamos con este texto hacer denuncias sensacionalistas, como quizás más de un lector esperaba. Vinimos a contar sus historias, pero, sobre todo, a entender cómo piensan estos muchachos que estudian en una de nuestras universidades.

Dirán los críticos de oficio que presentamos la versión oficialista del testimonio de Leonardo y que nunca se hallarán más culpables. Dirán los más conservadores que una revista como Alma Mater no debió jamás darle voz a los manifestantes. No escribimos para quedar bien y mucho menos con quienes intentan validar un discurso centrista. Salimos tras la verdad y acá exponemos lo que encontramos. Voces de ambas partes; mucho que indagar todavía; y, sobre todo, el intento de dilucidar, desde el periodismo, algunas de las respuestas que hoy resultan ineludibles.

*Notas

(1) Estación policial ubicada en Dragones y Zulueta, municipio Habana Vieja

(2) Jorge Alfonso Pita estudiante de Comunicación Social, gestor de redes y fotorreportero de la revista Alma Mater.

(3) Estación policial ubicada en las inmediaciones de las calles Lealtad y Zanja, en Centro Habana.

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