Sin embargo, el comentario de mi tía llamó poderosamente mi atención; su consejo ante mi sobrecargado plan de trabajo discurrió en una sorpresiva comparación entre las supuestas posibilidades de mi pareja, también periodista, y las mías. De acuerdo con su tesis, yo no puedo asumir igual carga y ritmo de trabajo que él, pues tengo limitaciones de salud y además, por que soy mujer y él es hombre.
Esta idea me dejó pensando, pues si bien es cierto que tengo problemas de salud, no considero que estos de por sí hayan sido, ni puedan constituir en el futuro un obstáculo real para mi realización profesional y laboral, independientemente, de que sí deba en determinadas circunstancias aplazar o asumir gradualmente determinadas tareas, pero eso no significa renunciar a ellas. En ese aspecto el planteamiento de mi tía resultaba válido, sin embargo, por más que me cuestiono una y otra vez, no encuentro explicación para la arbitraria diferenciación entre los sexos en este caso.
¿Cuáles son esas cualidades que lo hacen a él por ser hombre estar en mejores condiciones para asumir responsabilidades profesionales? ¿Cuáles son esos aspectos que me imposibilitan asumirlas a mí por ser mujer?
Por más que pienso, no hallo una respuesta a su lógica de razonamiento. En lo personal, no considero que el hecho de ser hombre o mujer deba condicionar la cuantía de habilidades intelectuales. Todos somos seres humanos con igualdad de oportunidades, claro, sin olvidar nuestras diferencias.
Tratando de hallar una explicación a esta diatriba, pensaba, quizás la idea de mi tía, a quien considero una mujer hasta cierto punto transgresora para su tiempo, se sustente en una de las características que tipifica la realidad de muchas mujeres vinculadas a la vida laboral activa y al trabajo remunerado, y es que ellas constantemente se debaten entre el planteo y solución de la conciliación entre espacio público y espacio privado. Su desempeño laboral se ve generalmente mediado por el cumplimiento de los mandatos de género tradicionales, que son asignados y asumidos en la mayoría de los casos.
Y es que debemos reconocer, a nuestro pesar, que las mujeres con mucha frecuencia son imaginadas también en sus instituciones laborales como responsables primordiales del espacio doméstico. De esta forma, son discriminadas cuando se trata de asignar responsabilidades o distribuir poder, o juzgadas desde ese referente por ineficiencias en el desempeño. En este sentido, cuando asumen un cargo jerárquicamente significativo, con frecuencia, se ven forzadas a demostrar constantemente sus capacidades, pues su pertinencia y posibilidad de mantenimiento se cuestiona constantemente. Así, se sugestiona la necesidad de sobrecumplir, exhibir sus resultados, a diferencia de sus colegas varones, para quienes la pertinencia se da por sentada.
Esta, por desgracia, es una realidad para muchas mujeres en la Cuba de hoy, pues en diversos espacios se reproduce acríticamente el orden de poder patriarcal, por lo cual, la necesidad de trabajar para lograr una toma de conciencia de género resulta primordial cuando se trata de promover la inclusión de las mujeres en el mundo del trabajo remunerado, así como favorecer de manera general la existencia de justas relaciones de género.
Las vías podrían ser infinitas, pero sin dudas, podríamos comenzar por aprovechar al máximo el potencial que las mujeres representan para impulsar procesos de desarrollo social y económico, dada la preparación profesional que ostentan, y promover así, participaciones sociales justas y con equidad, que minimicen las discriminaciones por razones de cualquier tipo.