Alina M. Lotti - CubaSí.-Aunque en Cuba no es costumbre obsequiar flores a los hombres, floristas se preguntan por qué no asumir un hábito que constituye un hermoso regalo de la naturaleza. Los claveles pueden ser una buena opción.


¿Flores para los hombres? ¿Por qué no? Dijo una florista mientras amablemente proponía claveles a unos clientes. Acostumbrados a comprar flores para las novias, las amigas, las madres y las hermanas, mu chos sienten que este hermoso regalo de la naturaleza no está hecho para ellos.

En cambio, según dijo a CubaSí Magaly Guerra Pérez —quien labora en la floristería ubicada en el Centro de Negocios, en los  bajos del edificio Santa Clara— por qué privarlos a ellos de una  costumbre ancestral, donde prima la belleza y el colorido.

Se conoce que las flores tuvieron un papel fundamental en la Edad Antigua, sobre todo en celebraciones, funerales y festejos; así en la cultura de egipcios, griegos, romanos y chinos, se vinculaban con las divinidades. En el Medievo, en cambio, se utilizaban para  ocultar los malos olores, adornar espacios, o mejorar la apariencia de las personas.

Asimismo, durante el Romanticismo, amantes y parejas usaban las flores para comunicarse, depositando en el color y la apariencia de los pétalos sentimientos de belleza, tristeza, vida, muerte, soledad, amor y desamor.

Un regalo estrella

Bibliografía digital consultada sobre el tema confirma el hecho de que las flores siguen estando consideradas como “el regalo estrella”, independientemente de la región geográfica o época del año de que se trate.

Aún cuando hoy día constituye un obsequio especial entre parejas, familiares y amigos — pues expresan en sí mismas belleza, cariño, admiración, éxito y nostalgia—  todavía los hombres las prefieren como dádivas para otros y no para ellos.

No es menos cierto que el concepto de masculinidad ha ido cambiando con el paso de los años, y el hombre actual ya no solo se interesa por la política, los deportes o la economía, sino también por el arte, la cultura, la moda, y también gusta de los detalles para decorar su casa o apartamento.

Mientras indagaba sobre el tema a propósito del Día de los Padres, Ariel, un compañero de trabajo,  aseguró: “no  me molesta que me regalen flores, de hecho he tenido como dos novias que en determinados momentos lo han hecho. Lo veo normal y me agrada”.

En tanto Ernesto Gori, quien labora como chofer, subrayó “no vería mal que me dieran flores, aunque es verdad que siempre nosotros las compramos para alguna mujer y en determinadas ocasiones”.

A la interrogante de cuál preferiría, precisó que la familia de los crisantemos y los lirios.

Las flores —comentó Magaly— son muy tiernas y por eso se consideran un regalo muy fino. “Pienso que son apropiadas para todo el mundo, independientemente de la edad y el sexo”.

Para ellas, rosas. Para ellos, claveles

También florista del Centro de Negocios, con años de experiencia en este quehacer, Dalila de Jesús Santos precisó que cada vez allí vienen más hombres a adquirir flores o arreglos florales; casi siempre dirigidos a un obsequio para una mujer.

Muchos nos preguntan sobre la relación de las flores y los colores y nosotras les indicamos. “Algo que me ha llamado la atención es que la costumbre se ha extendido a los más jóvenes, incluso a los adolescentes, que casi siempre vienen y compran una, dos, tres, o un pequeño ramito, pues o bien están empezando una relación o ya están enamorados.

“¿Ofrecer flores a los hombres? En nuestra sociedad no lo tenemos incorporado como un hábito. Casi no se ve, pero en este caso el clavel es el ideal para ellos. ¿Yo? Prefiero las rosas en toda su variedad”.

Además de vendedora, también decoradora, con gran facilidad y gusto para confeccionar los arreglos florales, Magaly explicó que de forma general las rosas, generalmente, se destacan por  representar el amor.

“Las rojas —agregó— significan pasión, amor profundo; las rosadas el comienzo de una relación, algo suave, discreto, ingenuo, por así decirlo. Las blancas, pureza, estabilidad emocional, sinceridad, las naranjas, amistad, calor humano, y las amarillas luminosidad, progreso económico, aunque hay personas que asocian este color con odio, rencor, tristeza y envidia.

“En tanto, en las combinaciones, las rojas con las amarillas simbolizan felicitación por cualquier motivo y las rojas con las blancas, unión eterna”.

Los crisantemos, representan respeto, admiración, “y se les obsequia mayormente a las personas mayores, y en algunos países se les considera ideal para los arreglos fúnebres”.

Magaly coincidió con Dalila en cuanto a que los claveles resultan los más adecuados para los hombres. “Cuando son rojos expresan amor; violetas, sentimientos de capricho; blancos, amor profundo y estable.

“Los lirios —también conocidos como lilium— son muy finos y antiguamente representaban la realeza, las personas de alto rango”.

Al indagar sobre sus preferidas,  Magaly dijo que sin lugar a dudas las “rosas son las reinas de las flores” aunque  le fascina la familia de los anthurium, que en su florería los reciben importados de color  rosado, rojos, verdes, blancos, y en ocasiones otros matizados, una mezcla de verde y rosado.

“Son flores exóticas, tropicales, muy provocativas y poco comunes  que —quizás por su forma—  tienen un significado muy especial, pues representan una sexualidad ardiente”.

Luego de una detallada explicación sobre el asunto, Magaly ratificó la idea de que en Cuba no es común el obsequio de flores a los esposos, novios, hermanos, padres. “Ya algunos han ido tomando cierta cultura al respecto, pero es algo que no se ve todos los días”.

Por lo pronto, reflexione sobre la propuesta. Seguramente, todavía está a tiempo.

El regalo de un padre

Vladia Rubio - CubaSí

Al regalarte un padre te regalan también sus recuerdos y un bulto de raíces que te anclarán a una estirpe y hasta a un destino.

Cuando a uno le regalan un padre puede ser buena cosa. Con independencia de que sea el que te haya tocado y no escogiste, de que sea el dueño del intrépido espermatozoide que, entre millones,  fecundó al óvulo de tu mamá, contar con él podría ser una suerte.

Más que un apellido y que el hombre que te enseñó a boxear, si naciste varón, o que te prohibía salir con esa saya tan corta, si naciste hembra; al regalarte un padre te regalaron también sus recuerdos.

Con el padre –y claro, también con la madre, con la parentela toda- heredas, desde que naces, un bulto de raíces que te anclarán a una estirpe, a una cultura, a pasados y futuros que te estructuran.

No pocas veces, si tienes las antenas bien dispuestas, con el padre aprenderás algunos de esos dilemas entre la ternura y la hombría, o entre la sensibilidad y la “entereza”.

Y lo mejor: con el padre aprendes de tus orígenes más remotos. El asunto es no perder la oportunidad de preguntarle, cuando todavía es tiempo, cómo fue que conoció a mami, qué le gustaba más de ella, cuándo tuvieron sexo por primera vez, por qué se casaron, por qué se divorciaron, si es el caso.

Hay que preguntar porque todas esas respuestas son también uno mismo.  

A veces, la vida pasa tan apurada, y “los días parecen niños corriendo con las manos agarradas” -como canta el trovador- que uno se olvida, o no le da importancia, de sentarse alguna que otra vez a conversar con el viejo y averiguar cómo era papá de niño, cómo era la abuela o el abuelo que no conocimos.

Puede resultar comidita para el alma ponerse a hablar pausadamente con el padre intentando rescatar nuestra propia imagen de bebé, niño o adolescente, que son los recuerdos más escurridizos: ¿Cómo yo era cuando nací, lloraba mucho?, ¿Tú ibas a las reuniones de padres en la escuela?, ¿te acuerdas de mi maestra de preescolar?, ¿te acuerdas de cuando llegué tarde a la casa por primera vez?, ¿te acuerdas de…?

Conozco de un padre que, en un rapto de la serenidad, le rompió furioso contra la acera el bate de pelota al hijo, que no quería subir a bañarse. Luego, con una paciencia infinita; guiada la mano más por el arrepentimiento que por el talento artístico, con los restos del bate talló un rústico carrito para regalárselo al frustrado pichón de pelotero.

La mirada de desamparo e incredulidad del niño cuando vio el madero partirse y escuchó el seco crujir, como de hueso quebrándose, había que borrarla; o al menos, atenuarla. Porque esos son de los instantes que marcan más que los propios calendarios: “Aquello fue antes de que me rompieras el bate”, “Aquello fue antes de que te rompiera el bate”.

Conozco de otro padre que se negó a que la hija, muy joven, durmiera fuera de casa. A él no le importaba –de hecho, lo sabía- que se acostara con el novio, en la casa de él, en el campismo, en la playa... “Pero la niña tiene que dormir en su casa, qué va a decir la gente”.

La primera vez que ella se decidió a burlar la prohibición paterna, recibió en la alta madrugada un caustico aviso telefónico del padre: “Si regresas aquí es a recoger tus cosas”.

Avanzado el día siguiente, con la noche desperdiciada y el alma en un hilo,  volvió a su hogar la muchacha, acompañada del novio, para ayudarla con la “deportación”. El padre fue quien abrió la puerta. Y ya lo dije: hay instantes que marcan. De esos fueron también los segundos en que los ojos de ella y él se encontraron a través de la puerta entornada. Ella, sin decir, le decía perdóname; y él…

A la vez que abría la puerta para que ambos pasaran, preguntó como quien no quiere la cosa, como quien no dice nada importante: ¿Van a almorzar cuando tu mamá sirva, o van a esperar?

Sí, cuando a uno le regalan un padre puede ser buena cosa.

Cada minuto… aprendiendo a ser papá

Pablo Iglesias, especial para CubaSí

Tic tac acompasado, brillo en los ojos, no importa si se trata del tercer domingo de junio. Comprensión, manos sobre el abdomen de mi hada de la maternidad y compañera fiel. Conversación para ir educando al futuro hijo desde su gestación. Oídos acuciosos, mecanismos sensoriales extra activados en busca de cualquier consejo. Providencias múltiples, pensamientos trastocados, insomnios y sueños sobre un mañana mejor.

Podrá parecer el comienzo de una historia de ficción, pero en lo absoluto lo es. Se trata de mi primer enfrentamiento al fenómeno de la paternidad: “Un hijo te cambia la vida por completo”, “Ahora sí vas a conocer lo que es el insomnio”, “una simple sonrisa te borrará de golpe todo vestigio de cansancio o enojo”… Esas fueron algunas reflexiones de amigos o colegas que me tomaron la delantera en esta carrera eterna.

¿Estar completamente preparados? Sería fantasioso creer que lo estamos. Mucho menos tratándose de la bienvenida a nuestro primer Benjamín. ¿Querían varón? ¿Ya tienen nombre? ¿Han comprado las cosas esenciales? Esas son interrogantes que siempre afloran con la velocidad con la que Usain Bolt devora el hectómetro. Esencial, cuando se trata de tu descendencia, puede abarcar mucho.

Lo cierto es que desde el lunes 21 de marzo, sin importar la trascendental presencia del presidente Barack Obama en nuestro país, la noticia más importante de mi vida resultó la confirmación del embarazo. Confieso que al principio fue como un morterazo. Habíamos esbozado planes de familia, pero llegó mucho antes de lo proyectado. Incluso, por unos instantes llegamos a cuestionar la fidelidad de los test de embarazo que expenden en las farmacias.

Luego llegó el consuelo, secar algunas lágrimas que decoraron sus mejillas, las llamadas a nuestros padres y escuderos de siempre. Sencillamente echar a andar. Vestí de grumete, de contramaestre, de segundo al mando, en fin. Ella vistió su casaca de capitana, dictó el curso posterior de nuestra tripulación de tres en su carta náutica y zarpamos, convencidos de que en el horizonte, a la vuelta de nueve meses, tocaríamos tierra prometida.

Han llovido pasajes y pensamientos desde entonces. En principio se exacerbaron todas mis células de cortesía. Salgo a la calle con una antena en función de todo, he realizado una maestría en organización y preparación de almuerzos y meriendas calóricamente saludables. Mi crédito de Cubacel se desvanece con mucha mayor facilidad, y que conste que nunca me he caracterizado por ser un novio controlador. Cada pequeño detalle, cada golosina, tiene destino anticipado. Es una especie de reflejo incondicionado el querer guardar todo lo mejor para ella y mi pequeñuelo. Los abuelos, sin importar distancias, cluecos, mi mami, encarnando rol protagónico en la secuencia de las atenciones. Los amigos, destilando una dosis de preocupación extra…

Corren los meses, he madurado en estos últimos cuatro como no pensé que me sucedería. La vida ha puesto delante de mí escollos, ha desnudado a ingratos vestidos de ovejas, ha cerrado unas puertas y abierto otras. El genoma humano siempre muestra su rostro, no importa si el sendero escogido es largo y tortuoso, o por el contrario, cubierto de pétalos.

Me he sorprendido reflexionando solo mientras camino, pensando en si ponerle Enzo, Gerson, Darío, Enmanuel o Samuel a mi pequeño. Casi eternizo el momento de nuestra primera compra de padres, unos zapaticos para proteger sus menuditos pies y que ella y yo hemos contemplado como 3 000 veces en un día. Alrededor de ellos, sujetados, nos hemos devanado haciendo cálculos sobre con cuanto tiempo los podrá calzar.

No puedo, ni quiero, evitar detenerme ante cada escena familiar de maternidad o paternidad, cada beso, gesto, sonrisa, pequeñuelo ávido de descubrir al mundo.

Corre el tiempo, llega el fin de semana, el domingo nos cubre con su velo. Para no pecar de absoluto, me atrevería a decir que muchos hombres se han sentido como yo. A todos ellos, padres a cada minuto, estudiantes en esta profesión perenne… ¡Felicidades!

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