Red Semlac.- La comunidad es un espacio vivo donde se entretejen las redes y relaciones diversas que marcan la cotidianidad de un país. Tanto especialistas como activistas en la atención y prevención de la violencia de género la consideran un escenario ideal para articular acciones encaminadas a erradicar este doloroso fenómeno social. ¿Pero cuáles son las claves que hacen de la comunidad ese espacio propicio, ideal para la prevención de la violencia? ¿Cómo aprovecharlas?


Para reflexionar sobre el tema, No a la Violencia invitó a la máster en Ciencias Zulema Hidalgo Gómez, especialista del Centro “Oscar Arnulfo Romero y a la profesora Yerisleydys Menéndez García, coordinadora del proyecto comunitario Escaramujo, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana.

¿Por qué cree que se recomienda prevenir la violencia de género a nivel comunitario y cómo se ve esta práctica en Cuba?

Zulema Hidalgo Gómez: Las diferencias naturales o sexuales dieron lugar a la primera división sexual del trabajo; fue una decisión arbitraria que se definieran tareas y funciones propias para hombres y mujeres y se establecieran espacios diferenciados de desarrollo social para unos y para otras. Las mujeres fueron confinadas al espacio doméstico, al tiempo que para el hombre quedó reservada la esfera de lo público y lo social. A partir de esta separación de tareas, en función del sexo biológico de las personas, surgen las primeras relaciones desiguales de poder que constituyen la base del modelo cultural patriarcal, en el que la dominación masculina comienza a generar los modos de expresión imperantes y la concepción del mundo se establece desde esa posición de superioridad para los hombres.

Precisamente, la violencia de género es un mecanismo para mantener ese modelo imperante (que se expresa a través de modos de vida, estructura organizacional de la sociedad, economía, mundo público y privado, en la división sexual del trabajo, etcétera). Desde los primeros espacios de socialización se instalan patrones culturales de diferenciación de los géneros, que suponen la primacía de los hombres y la supeditación de las mujeres de tal forma que llega a concebirse de manera natural el ejercicio del poder machista y la dominación, tanto en el ámbito privado como en el público.

Eso ocurre en cualquier nivel de la sociedad y la comunidad es el espacio más cercano, donde confluye la vida cotidiana de las personas, donde aparecen instituciones formales y organizaciones sociales. Es el espacio donde hombres y mujeres comparten su vida diaria. De ahí la importancia de potenciar el trabajo preventivo para educar desde otra perspectiva, sobre la base de una la educación no sexista, desmontar los mitos, falsas creencias y que las instituciones tengan las herramientas conceptuales y prácticas para su prevención y atención a este fenómeno social.

En Cuba, a pesar de las investigaciones, la puesta a debate público del tema y al activismo de organizaciones sociales y comunitarias para la prevención y atención a las mujeres víctimas de violencia de género, aún quedan muchos vacíos en términos de formación, prevención-atención y rehabilitación.

Yerisleydys Menéndez García: En las más recientes conceptualizaciones críticas sobre el desarrollo y las agendas que lo componen, el nivel comunitario-local tiene una centralidad indiscutible. Esto significa, entre otras cosas, que es el espacio ideal para propiciar la interrelación entre la escala micro y otras de mayor alcance. Por esta razón, muchas iniciativas que pretenden la transformación social se emprenden desde ahí.

En Cuba se ha comprendido que la gestión del desarrollo necesariamente implica pensar en los espacios locales y trabajar a favor de estos. En la conceptualización del modelo económico se nota la intención de promover procesos de diferentes tipos en el espacio local, que permitan articular los esfuerzos de la ciudadanía con los de las autoridades, encontrar soluciones a las problemáticas existentes en las comunidades (la violencia de género incluida) que contribuyan a alcanzar mejores condiciones de vida en estos espacios e integrarlos a la gestión del desarrollo a nivel nacional y experimentar nuevas formas de gestión y proyección social.

En consecuencia, también se ha detectado la necesidad de implementar procesos de concientización sobre temas sensibles, como la violencia de género, a los distintos grupos sociales en estos espacios, de manera que se fortalezca el empoderamiento individual y grupal.

Desde Escaramujo coincidimos con estas consideraciones y creemos que podemos incidir mejor en el espacio comunitario y en el trabajo con pequeños grupos, que a escala macro. Tal vez no podamos hacer que cambie una política pública, pero sí podemos lograr que un adolescente cambie la manera en que entiende los mensajes de los medios, que logre percibir de forma crítica cuando la comunicación contribuye a reproducir estereotipos o contenidos violentos y que luego socialice estos conocimientos con sus familias, su grupo de referencia, su comunidad.

De ahí que la metodología escogida para realizar nuestro trabajo sea la Educación Popular. Cuando se habla de transformación social, de desarrollo local, de educación consciente y comprometida, de compartir saberes desde la colectividad y de construir esencias y sentidos políticos, se arriba inevitablemente a esta propuesta que, más que un modelo educativo, ha devenido una concepción pedagógica, política y cultural que aboga por la formación de sujetos capaces de adquirir y construir las herramientas necesarias para asumir la transformación de su entorno social.

¿Qué experiencias se pueden mencionar desde su trabajo y qué elementos no se pueden dejar de tener en cuenta para futuros esfuerzos?

ZHG: Creo que, en la medida en que el personal de salud, educación, los medios masivos, iglesia, diversos actores sociales, organizaciones e instituciones tomen conciencia de género o al menos tengan sensibilidad frente a estos temas, estaremos apostando por una sociedad más justa y menos discriminatoria. Por otro lado, es de suma importancia que nos preocupemos porque las instituciones con encargo social para atender el problema estén capacitadas con sistematicidad en la atención a este fenómeno social que es tan antiguo como la humanidad. Igualmente, se necesitan campañas, programas y proyectos que promuevan la equidad de género.

YMG: Las primeras propuestas de talleres con las que llegábamos a las Escuelas de Formación Integral (EFI) incluían un diseño que articulaba la comunicación con las prácticas cotidianas en la familia, la escuela y la comunidad. Estos habían sido identificados como los agentes de socialización en los que transcurría, fundamentalmente, la vida adolescente y, por demás, aquellos que mayor influencia ejercían en sus conductas.

Sin embargo, el trabajo reiterado con adolescentes, la apertura a otros espacios de trabajo y las formaciones y saberes diversos que teníamos los/as coordinadores/as del proyecto, nos hizo percatarnos de la necesidad de seguir articulando la comunicación con otras temáticas que también eran de suma importancia para este grupo etario. Surgieron así talleres donde se compartían nociones de sexualidad y cuidado de la salud, protección del medio ambiente, relaciones intergeneracionales, sensibilización con la vejez, nuevas tecnologías, características propias de la adolescencia y, por supuesto, violencia de género.

Esta última se manifestaba frecuentemente como una necesidad de los grupos con los que trabajábamos, ya que reproducían patrones violentos asociados socialmente a los roles de género. De ahí que en 2014 se realizara la investigación “La violencia y yo”, de Karen Alonso, coordinadora del proyecto. Esta experiencia intentó generar un proceso educativo basado en la investigación-acción-participación para la reflexión en torno a la violencia de género con adolescentes internos en la EFI José Martí de la Habana. Como resultado de esta tesis, el audiovisual del mismo nombre reveló interesantes testimonios en cuanto a lo que los adolescentes estaban entendiendo como violencia y como se ponía de manifiesto en su realidad concreta.

Ese mismo año, la investigación “Síguenos, seremos más” de Zulema Tanquero, intentaba transformar las concepciones en torno a la construcción de género con jóvenes trabajadores de los talleres de la Oficina del Historiador de la Ciudad. En estos talleres, la violencia de género fue un tema recurrente también.

Tratar la violencia de género nos ha permitido dialogar y reflexionar, desde lo grupal, sobre un tema que contribuye al mejor desarrollo psicosocial de los adolescentes con los que trabajamos y que les permiten re-encontrarse como grupo, con saberes y valores compartidos. Abordar la temática les facilitó también, a estos adolescentes, el aprendizaje de nuevas maneras de interactuar con el mundo y la sensibilización con problemáticas poco conocidas o mal tratadas en los medios de comunicación y otros espacios de socialización. Permite, a su vez, reconstruir prácticas sociales y mostrar la posibilidad de transformarlas.

Para futuros trabajos es muy conveniente tener en cuenta que, más allá de lograr la reflexión crítica en torno a la violencia de género con los grupos, sería ideal también lograr la propuesta de acciones para multiplicar estos saberes en sus diferentes ámbitos. Estos adolescentes son replicadores por excelencia. Es decir, contar con la seguridad y la posibilidad de que los aprendizajes colectivos traspasen las fronteras del taller y formen parte de los flujos de socialización (su familia, en la escuela, en el barrio) contribuirá a una mayor incidencia de estos adolescentes en los diferentes espacios en que participan.

Y también es importante el uso de metodologías participativas para acercarse a este tipo de tema en estos grupos de adolescentes que, aunque manifiestan conductas no aceptadas socialmente, hacen de la violencia, la agresividad y el lenguaje vulgar parte de sus vínculos cotidianos, o han cometido algún acto que la ley tipifica como delito, también viven en situación de vulnerabilidad social, son estigmatizados y muestran comportamientos violentos, a menudo naturalizados.

¿Cuáles son las principales brechas que existen para prevenir la violencia de género a nivel comunitario?

ZHG: Es importante reconocer el conjunto de las instituciones que expresan, de una u otra manera, elementos de la cultura patriarcal que sostienen y reproducen los mitos que apuntalan, desde el imaginario colectivo, los principales argumentos para la exclusión, la desigualdad y la discriminación. Esto es válido para la sociedad en su conjunto y para la comunidad como el escenario más vivencial y directo de la población cubana.

Igualmente, urge la capacitación y formación del personal profesional y vinculado al activismo social. Por citar un ejemplo, no hacemos nada con tener la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia, o el Centro de Salud Mental, o la Oficina de Atención a la Ciudadanía, la Fiscalía, el Jefe de Sectores por Consejo Populares, etcétera, si cuando llegan las personas buscando orientación, ayuda, no podemos brindarles el tratamiento adecuado.

En el debate académico, social y político siguen siendo aspectos pendientes el colocar el tema como asignatura curricular y no como optativa; institucionalizar el tema de la violencia de género desde un ministerio, oficina que organice, estructure una estrategia y/o programa nacional de manera integral; la apertura de servicios que garanticen un acompañamiento y asistencia facultativa a las personas, parejas, familias que los necesiten y que estos servicios sean intersectoriales e interdisciplinarios en los espacios comunitarios y/o locales.

Insto e insisto en la necesidad de sensibilizar a públicos múltiples para reconocer la existencia de violencia (formas de manifestarse, causas y consecuencias), para denunciar que existe y para desnaturalizarla. También se precisa la formación específica y especializada, mostrar cómo se puede salir de la violencia (trabajando sobre los recursos personales, redes de apoyo comunitarias y sociales, brindar protección, tratamiento y rehabilitación).

YMG: La brecha esencial, en mi opinión, es el desconocimiento sobre el tema. Es decir, la ausencia de un acercamiento con sentido al fenómeno desde edades tempranas, en instituciones educativas y de otro tipo: sociales, comunitarias. También la falta de políticas públicas y regulaciones en torno al tema. Sobre todo, las débiles sanciones a que son sometidas las personas que ejercen este tipo de violencia.

Por otro lado, un desafío importante es el tratamiento mediático que se le da al tema en los medios de comunicación cubanos y la socialización de contenidos foráneos que contribuyen a reproducir patrones violentos y estereotipados en las familias. También la ausencia de un observatorio que permita poner en balanza, con criterios sólidos, el tratamiento otorgado al tema.

En otro camino, la ausencia del tema en las prioridades de desarrollo de los gobiernos locales y la ausencia o débil proyección de grupos de trabajo comunitarios integrados, que puedan orientar e implementar acciones concretas para disminuir la violencia de género en familias, también son brechas, sumadas a la tradición patriarcal tan arraigada en la sociedad cubana en todas su escalas, micro y macro.

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