Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- El origen del odio es la ignorancia, el miedo al razonamiento desapasionado y la sordera ante la palabra ajena.

Como es costumbre desde hace unos años, el último domingo de mes se realizan caravanas de autos y manifestaciones populares en varios países para protestar contra el bloqueo impuesto por Estados Unidos a Cuba desde el año 1962.


Algunos lo llaman embargo, nombre oficial registrado en las regulaciones y leyes estadounidenses. Pero en realidad, el alcance de las sanciones y las amenazas implícitas en la letra de la Ley y las regulaciones aprobadas por Washington, contra las compañías extranjeras son de tal magnitud, que rechazar el término acuñado por el gobierno cubano raya en el sofisma. El bloqueo es tan brutal que el dólar, patrón de cambio utilizado mundialmente a partir de los acuerdos de Bretton Woods, a Cuba le está prohibido poseerlo. A partir de aquí el rosario de limitaciones es infinito.

En Miami, que algunos llaman la ciudad del odio, refiriéndose al rencor y espíritu de revancha que manifiestan miles de cubanos en relación con su país, aduciendo que en realidad ese odio está dirigido contra el gobierno, hace que apoyen toda sanción y acto extraterritorial de Estados Unidos contra su nación.

Ese pensamiento es impermeable a todo razonamiento y cualquier intento de explicar el daño que esas medidas ocasionan a la población, mientras las direcciones de gobierno han permanecido en el poder a lo largo del tiempo, es respondido con improperios, insultos, palabras soeces, vulgaridades y hasta expresiones discriminatorias por razones de identidad.

El domingo 31 de julio fue la más reciente de esas manifestaciones que convocan el amor frente al odio. Las autoridades acostumbran a permitir que grupos opuestos se reúnan en el mismo sitio, con lo cual se incentivan las agresiones y quienes más peligramos somos quienes manifestamos de modo pacífico, pero al parecer así se entiende la democracia en esas ciudades.

La democracia es como el maná que cada cual le da el sabor que prefiere. Yo personalmente no la entiendo, tampoco otras formas de gobierno que se visten con otros nombres. Especialmente porque en todos los casos se trata de una invención humana buscando la convivencia, para lo cual, en mi criterio, lo esencial es que a todos nos llegue el mínimo necesario para preservar la salud, educación, tranquilidad ciudadana y acceso a mecanismos que nos permitan aportar al perfeccionamiento del diario vivir, o sea, poder opinar y debatir de algún modo racional, libre de influencias económicas y catecismos institucionales.

En la manifestación del 31 de julio en Miami, actividad que ya cumple dos años, hubo odio y expresión de rencores no imaginados, y en aquella especie de locura colectiva algunos odiadores agredieron a la policía que estaba allí para velar por el orden, llegando a gritarles “traidores”. En el delirio de la irracional conducta habían concluido que si los policías estadounidenses no pensaban como ellos era porque estaban de acuerdo con el gobierno cubano y por tanto eran traidores.

Entender el odio siempre ha sido difícil. Todos quizás hemos atravesado en algún instante por un estado de ánimo semejante y quienes lo hemos superado, comprendiendo que todo es un producto de la imaginación y que los asuntos del medio social no son verdades en la acepción científica del término, sino meras invenciones que tienen una lectura particular pero no una connotación universal, nos hemos sentido liberados y hemos podido lidiar en lo sucesivo con diferentes formas de gobierno con más ecuanimidad y sosiego.

Estos aspectos del odio tienen mucho que ver con la intolerancia. Las personas que gritaban improperios el 31 de julio contra quienes nos oponemos a sanciones que perjudican a la población cubana en su bienestar de vida, y no han logrado cambiar el rumbo del proceso revolucionario en 62 años, la mayoría llegó de Cuba hace poco tiempo y se quejan de que allí no los dejaban expresarse en contra del criterio oficial, lo cual y al parecer, les da derecho de impedir que otros expresen opiniones contrarias a las de ellos. Tal parece que se trata de un quítate tú para ponerme yo.

Esas actitudes de barricada, de castillos cerrados y templos infalibles, nunca ofrecen otra cosa que no sea confrontación y odio.

Lo mejor que tienen estas manifestaciones internacionales en contra de las sanciones que entorpecen y castigan a todo un pueblo, es que no se fundamentan en creencia política, religiosa o ideológica alguna, salvo el criterio de que nadie tiene derecho a negarle el alimento y las medicinas a otro ser humano.

Lejos de ser un templo, las manifestaciones contra el bloqueo, el embargo o como mejor le plazca llamarlo a cada cual, es un inmenso estadio donde los participantes pueden pensar de diferentes modos y tener proyecciones políticas y sociales diversas.

Salvo el odio que confunde la verdad con la certeza y la realidad con la fantasía, no hay modo de explicar la transformación de la locura en un valor social, si no apelamos al análisis de profundos trastornos emocionales en los individuos que componen determinado medio social. Esto es lo que sucede en Miami-Dade respecto al caso cubano, de aquí que respondan a cuanto criterio sosegado y apaciguador, diferente al de ellos, con agresiones físicas y verbales.

Existe un nutrido número de personas en ese condado, quizás unos cuantos miles, que responden con odio a cualquier razonamiento opuesto al suyo respecto a Cuba. Si seguimos el hilo de los acontecimientos, todo indica que estas personas, coterráneos de muchos que aquí vivimos, parecen abogar por un pensamiento unitario para Miami. Esperemos que el tiempo les enseñe a rectificar, como hemos rectificado muchos de nosotros, recuperen la capacidad de pensar y pierdan el miedo al razonamiento desapasionado y la sordera ante la palabra ajena.

 

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

 

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