Luis Toledo Sande - Cubarte.- Ante la proximidad del aniversario 40 de la muerte de Ernesto Guevara, el Che , se han multiplicado y se multiplicarán aún más los homenajes a su memoria, y también los afanes por deslegitimar y, si fuera posible, borrar sus ideas y su ejemplo. Si las primeras, marcadas por el entusiasmo, son puntualmente más visibles que los segundos, no se debe ni a desinterés ni a pudor de los promotores de estos, sino a su estrategia: confiar en los efectos de la concepción de la vida y del mundo que cada día el capitalismo genera por sí y promueve con su poderío económico y mediático.

Groserías explícitas no han faltado entre los enemigos del Che, que han llegado a calificarlo de criminal, y a celebrar su muerte. Invitado a un acto en el que se rendiría homenaje al revolucionario, un político europeo aspirante a alcalde respondió que no asistiría, pues disfrutaba que lo hubieran asesinado: “Yo mismo lo mataría”, dijo. Con indignación se lo contó al articulista la persona, también europea, que, llevada por el protocolo , le había hecho llegar la invitación al heredero y portador de posiciones ultra reaccionarias, vinculadas a un largo expediente fascista de asesinatos y torturas. Pero, eso sí, es un político “demócrata”, espécimen trascontinental favorecido por la ola derechizadora que campea —veremos hasta cuándo— en el planeta.

La manipulación de su imagen por el mercado se ha relacionado con el afán de ocultar sus ideas. Sin embargo, no todas las formas de comercialización tienen iguales propósitos, y voces limpias han sugerido estudiar quiénes muestran la efigie del Guerrillero en su vivienda o en sus oficinas, o las llevan consigo en sus camisetas, en sus automóviles y en otros soportes. Encarnizados enemigos de sus ideas estarán ávidos de medrar convirtiendo su imagen en mercancía; pero no querrán que se les vincule con él. Sugerentes son los avatares de su imagen, en algunas de cuyas versiones cierto toque hagiográfico servirá sobre todo para recordar que los santos fueron seres humanos entregados a las causas que abrazaron, y que los abrasó.

La instantánea que Korda tomó y luego editó con maestría, se ha extendido como icono por el planeta, con ventaja sobre las que muestran al héroe en una mayor cercanía y más encajado en su apariencia cotidiana, consciente a veces de estar siendo retratado. La de Korda —en la que nada más se ve su rostro enfilado a lo alto— puede incitar a ubicarlo en su entorno real y en su totalidad, y con ello la foto alcanza plenitud: nada de mirada perdida, sino el fuego de quien salta movido por justa cólera. La foto original fue tomada el 5 de marzo de 1960, en la despedida de duelo a las víctimas del atentado terrorista a La Coubre , barco francés en el cual se habían trasladado armas desde Bélgica hasta el Puerto de La Habana , donde fue volado por explosivos puestos a bordo para que estallaran durante la operación de descarga.

La criminal acción, que ocasionó más de setenta muertos y unos doscientos heridos entre trabajadores portuarios cubanos y algunos marinos franceses, fue ya obra directa de la CIA y, por tanto, del gobierno estadounidense. Este desató su hostilidad contra la Revolución Cubana desde enero de 1959, pero hasta lo de La Coubre se había valido principalmente de apátridas de origen cubano. Las circunstancias en que fue tomada la foto explican la intensidad del rostro: no lo corona una aureola imaginaria, sino el pensamiento que parece brotar en un chorro de fuego y de luz por la estrella de la boina. La imagen podrá manipularla el mercado, pero a riesgo de quemarse con ella.

Quienes, queriendo borrar el legado justiciero de Cristo, han intentado apropiarse de su imagen y han mercadeado con ella, no han conseguido impedir que una vez y otra el cristianismo originario haya alimentado con lecciones y ardor el pensamiento de la liberación. Y tales intentos, que son ya obra de más de veinte siglos, lo han propulsado los poderosos del Occidente “cristiano”, que, en su actual versión, quisieran conjurar para siempre el fantasma del Che.

No lo han conseguido, y no lo conseguirán mientras en el mundo aliente un rayo de aspiración justiciera afín al héroe asesinado. La fuerza de su ejemplo, simbolizada en su imagen más allá tal vez de lo que suponen incluso muchos de sus admiradores, está llamada a crecer. Se aprecia hasta en el escenario donde tantas circunstancias se conjugaron al servicio de las fuerzas interesadas en darle muerte.

Un reciente documental cubano, San Ernesto nace en La Higuera , recoge conmovedores testimonios de cómo los campesinos de ese paraje boliviano han llegado a divinizar al guerrillero. Algunos de ellos lo vieron en el último sitio donde estuvo con vida. Ya herido, y atascada la única arma material de que disponía, fue apresado y llevado hasta allí, donde lo asesinaron. Contra sus otras armas —sus ideas, su valor y su ejemplo— no pudieron los asesinos ni los intereses a los que ellos servían. Ni podrán.

El poema de Nicolás Guillén dado a conocer en la voz de su autor en la velada solemne con que el pueblo cubano le rindió homenaje al Che cuando se confirmó su muerte, se lee: “ no porque te quemen, / porque te disimulen bajo tierra, / porque te escondan / en cementerios, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos”. La profecía ya se cumplió en lo tocante a sus reliquias físicas, y permanentemente se cumplirá con respecto a sus ideas, por muchos obstáculos que planten contra ese propósito los poderosos enemigos de la justicia.

Ellos acuden a maniobras burdas, y cuentan con el auxilio de servidores, incluidos algunos presuntamente capaces de poner en práctica procedimientos elegantes. Un ejemplo de ello tuvo lugar, como en una noche negra, en un programa de televisión europeo. Corrió a cargo de alguien que saldría elogiado si se le calificara de portador de un pensamiento de alpargata, aunque viva hinchado con ínfulas de botín filosófico. Ante los ojos de televidentes honrados no habrá hecho más que mostrar su propia catadura ideológica, no la estatura moral del revolucionario a quien quiso escarnecer.

En su afán de burlarse del Che, también quiso ridiculizar el lema “¡Richelieu no, Guevara sí!”, que lanzó la juventud del Mayo francés de 1968, meses después de asesinado el héroe. Ella tendría déficits, y entre los calificativos que recibió hasta de la propia izquierda estarían ilusa y pequeñoburguesa , y quién sabe cuántos otros por el estilo. Pero ante el actual flujo derechista podrían retomarse sus demandas más estimulantes. De ahí el escarnio mostrado por el petulante comentarista de televisión.

Reclamos como “Haz el amor y no la guerra” podrían adquirir acaso connotaciones más efectivas hoy que en 1968: ahora, en vez de la acción y las aspiraciones revolucionarias, pululan como norma la resignación social. Salvo quizás actos de protesta como los de febrero de 2003 contra la entonces inminente masacre en Iraq, la guerra imperialista capitalizada por los Estados Unidos y sus aliados no suscita la repulsa mundial que levantó la agresión a Vietnam, cuyo pueblo derrotó al enemigo.

Sin escorar hacia el reaccionarismo nostálgico, ante el resignado pragmatismo que el imperio ha logrado imponer resulta estimulante el recuerdo de una juventud heterogénea que, para sus actos contra el sistema dominante, se inspiró en la agitación social de entonces y en expresiones de la liberación nacional y del socialismo como la Revolución Cubana. En ese camino se identificó con el Che, y puso en tensión de fertilidad revolucionaria los aportes de pensadores como Jean Paul Sartre.

Lanzada en momentos de fervor revolucionario o, cuando menos, de rebeldía, el lema “¡Richelieu no, Guevara sí!” —cuyo sabor remite de algún modo a “¡Cuba sí, yanquis no!”— sugería un replanteamiento de la sociedad a nivel de civilización, de cultura, de valores en general. Que no expresara un programa de lucha consciente, ni tuviera el aval de ciertas ciencias sociales, o de partidos presuntamente comunistas —aunque muchos de sus militantes lo fueran de veras—, es otra cosa.

No era poco demandar el replanteamiento de la Europa afincada durante siglos en valores y desvalores que vienen del feudalismo, se consolidaron bajo monarquías absolutas y por efectos del rumbo capitalista acabaron convertidos en “lo normal”. La demanda se apreciará mejor si no olvidamos que el capitalismo surgió del apogeo, progresista, de una burguesía que se levantó contra la supervivencia de la Edad Media y terminó enroscada en la voracidad imperialista contra otros pueblos, y aplicando contra los trabajadores y los pobres en general medios de opresión que —lejos de erradicarlos— modernizaron los empleados por los señores feudales.

Con mayor o menor grado de conciencia combativa, frente a esos modelos lo más consecuente de la juventud europea del 68 pedía nada menos que el surgimiento de una Europa asentada sobre los valores de la justicia y la equidad, sobre la ética y la acción revolucionarias. Por tanto, estaría contra estructuras sociales en las que importantes aspiraciones como la libertad, la igualdad y la fraternidad habían sido castradas y manipuladas al servicio de las nuevas clases dominantes. El desafío contenido en la demanda era grande entonces. Hoy no lo es menos.

Entonces habría que reprimirlo, deslegitimarlo. Hoy —aunque la hegemonía imperialista y la resignación propalada por los medios del imperio hagan difícil concebir el triunfo de la ética y la acción revolucionarias, magulladas además por traiciones y desmembramientos de grandes proporciones en muchas partes del mundo— los capitalistas y sus voceros necesitan seguir escarneciéndolo, con el fin de anularlo. Les urge desterrar todo asomo de actitud como la que hace poco expresó Luis Eduardo Aute durante un memorable concierto en el madrileño Teatro Lope de Vega, abarrotado de público. Tras manifestar su identificación con quienes reclaman un mundo mejor , añadió: “No sé si será posible ese otro mundo, pero sí sé que este es imposible.”

El aludido comentarista de televisión, pertinazmente opuesto a todo cuanto huela a replanteamiento de un mundo que ha fracasado para la mayor parte de la humanidad, no perdería la ocasión de manifestar su saña contra quienes en 1968 fueron capaces de reclamar otras bases para el mundo. Lo que más les preocupará a él y a quienes le pagan por su labor, es que todavía haya personas capaces de abrazar ese reclamo; y que en nuestra América, incluso por los caminos de las urnas, se abran paso proyectos que defienden ideales de justicia social y de liberación nacional. Dígase o no se diga, esos proyectos, naturalmente antimperialistas, tienen en su médula aportes como los del Che.

Un dato relevante falta añadir para valorar plenamente el significado de la saña contra el lema “¡Richeliu no, Guevara sí!”. Alguien que presenciaba el programa recordó que el comentarista había pasado por las filas comunistas de su país , y desertó de ellas no en busca de una organización libre de los errores que en ellas hubiera, sino para incorporarse al partido de orientación más reaccionaria en su entorno, el mismo del aspirante a alcalde que celebra el asesinato del Che.

A la memoria del articulista acudió un poema del autor mexicano Ricardo Pacheco C., que empieza diciendo: “En cualquier maceta se dan los exs”, y enumera varias especies de ellos —indeseables en general—, para luego sostener que “ninguno es tan peor / como el excomunista”. Finaliza con estas afirmaciones: “Todos los días mueren de arrepentimiento / recuerdan el sesentaiocho / forman comités contra el olvido / pero resucitan de este sueño mezquino / al tercer día tras la quincena / se excrementan en sus congojas / de todos los exs / ninguno es tan peor / como el excomunista”.

Asumir la herencia del astuto cardenal que sirvió a la monarquía absoluta francesa, implica rechazar a un revolucionario demasiado incómodo para los capitalistas y sus alabarderos. Murió en consecuencia con sus ideas, y no se le pueden endilgar las deformaciones que destruyeron el socialismo en Europa, y que suelen esgrimirse para desacreditar el socialismo en general. El Che denunció esas deformaciones, y nunca habría dicho algo que, atribuido al Marx del cine —no al de la Internacional —, pudo haber anticipado Richelieu: “Estos son mis principios. Si no te gustan, tengo otros.”

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