Paco Azanza Telletxiki - Cubainformación - Baraguá.- Fidel en el Malecón el 5 de agosto de 1994 y Miguel Díaz-Canel en San Antonio de los Baños el 11 de julio de 2021


 

 

Creyeron los contrarrevolucionarios que, desaparecido físicamente Fidel, a la Revolución Cubana sería fácil tumbarla. Pero fue pasando el tiempo y sus perversos pronósticos no se cumplían, de modo que comenzaron a “actualizarlos”. Empezaron entonces a decir que eso sucedería cuando los dirigentes históricos dejaran sus responsabilidades de gobierno.

Ahí también se equivocaron, porque, desaparecidos estos de todos los cargos (al menos de los más importantes), la Revolución continúa su camino hacia adelante. Este no tiene un pavimento liso, y todos sabemos por qué, pero ahí va, caminando resuelta ante la mirada frustrada del vecino del norte y sus obedientes lacayos.

Sucede que la contrarrevolución no se toma en serio cuando se le dice que el actual presidente del Gobierno revolucionario, Miguel Díaz-Canel, y toda la gente que le rodea en sus labores de gobierno no son producto de la improvisación, sino de parte de un proyecto sucesorio ampliamente estudiado y trabajado. Resumiendo, que la contrarrevolución tiene ante sí a un Gobierno y a un pueblo tan unido y preparado como cuando Fidel, primero, y Raúl, después, estaban al mando de la Revolución.

Fidel vivió momentos muy complicados que supo darles la vuelta; demostró en infinidad de ocasiones su gran capacidad como estadista. Lo mismo se puede decir de Raúl. Ahora, Díaz-Canel está haciendo lo propio.  

Ayer, algunos grupúsculos contrarrevolucionarios salieron a las calles de San Antonio de los Baños, en la provincia de Artemisa. Si hubiera sido en otro país la policía les hubiera reprimido de manera contundente, pero era Cuba y nada de eso pasó.  

Por el contrario, el presidente Díaz-Canel se personó en el lugar para conversar con la población. Un gesto inimaginable en otros países del mundo, pero nada sorprendente tratándose de la Isla irredenta.

Esta actitud del presidente cubano me trajo a la memoria un episodio que aconteció el 5 de agosto de 1994. Sin restar importancia a las dificultades actuales, aquel momento, sin duda, fue mucho más delicado, ya que hacía muy poco tiempo que había caído la URSS y, perdido todo el intercambio comercial con los países del CAME (más del 80%), Cuba se hallaba inmersa en un duro Período Especial.  

Aquel 5 de agosto de 1994, en medio de la llamada crisis de los “balseros”, la intespectiva aparición del propio Fidel en el lugar de los hechos cambió radicalmente la postura de los saqueadores manifestantes. La sola presencia del Comandante dispersó a las violentas personas que abandonaron el lugar de manera pacífica, profundamente asombradas ante la imagen captada por sus propios ojos. Es decir, a Fidel en persona en un lugar como aquel y en un momento como ese.

La compañera Arleen Rodríguez Derivet, la misma que ayer presentó la comparecencia de Díaz-Canel, y testigo presencial del hecho de 1994, expresó de manera elocuente: “Fidel salió a las calles de una Habana apedreada y violenta sin más escudo que su dignidad y su fe en el pueblo. Y todos fuimos testigos de que a su paso la ciudad era otra de repente”.

Ayer no hubo violencia por parte de los manifestantes y, aunque el hecho fue grave, no lo fue tanto como aquel de 1994. Sin embargo, el presidente cubano supo estar a la altura de las circunstancias.

No debería hacerse ilusiones la contrarrevolución. Es cierto que Fidel ya no está físicamente entre nosotros pero, no se les olvide, sí está Miguel Díaz-Canel, un discípulo del Comandante que ha demostrado con creces que dejó de ser alumno y se convirtió en maestro.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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